¿Velo, mantilla,
pañuelo de cabeza,
cubierta cualquiera
o nada sobre la cabeza?
Análisis de 1 Corintios 11:3-5
Izquierda. Busto del emperador romano Augusto con un velo sobre la cabeza.
Centro. Una dama romana casada luce el velo de rigor, con la "pudicitia",
la cual testificaba a su "pudor" como esposa que honraba
a su esposo, siendo ella fiel a los votos matrimoniales.
Derecha. Tiempos modernos. Un varón judío ora, frente a la Muralla de llantos
en Jerusalén, teniendo una tallita sobre la cabeza y los hombres.
1 Corintios 11:3
“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón;
y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.”
"Pero quiero que sepáis..."
Seguramente, esta expresión no implica que los cristianos de Corinto ignoraran totalmente todas las enseñanzas que el apóstol Pablo estaba al punto de tratar acerca de autoridad, sumisión, velo, etcétera.
Por ejemplo, habiendo confesado fe en Cristo, arrepintiéndose y bautizándose, sin duda ya entenderían que el Cristo que recibieron como Salvador es "…la cabeza de todo varón…", principio fundamental del evangelio que habían creído.
La frase “quiero que sepáis” no señala necesariamente hacia la introducción de alguna doctrina o práctica nueva. Tal forma de expresión se utiliza comúnmente para llamar atención a lo que sigue, aunque el lector u oyente ya tenga algún conocimiento intelectual del asunto. Resalta la importancia de lo que sigue. Parafraseando, sería lo mismo que decir: “Es necesario que usted entienda… tenga presente… considere…”
-"…que Cristo es la cabeza de todo varón; y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo."
He aquí una declaración sencillísima de la organización básica establecida por el Creador tanto en el cielo como en la tierra.
Dios es la cabeza de Cristo. Cristo, pese a tener, desde Pentecostés del año 30 d. C. en adelante, “toda potestad tanto en el cielo como en la tierra” (Mateo 23:18), no es la cabeza de Dios el Padre.
Durante la Era Cristiana, todo ha sido sujetado a los pies de Cristo, “pero claramente se exceptúa el que le sujetó a él todas las cosas” (1 Corintios 15:27). O sea, Dios el Padre es la excepción, no estando sujeto al Hijo sino siendo, más bien, el Dios y Padre de Jesucristo (Juan 20:17), superior a su Hijo aun durante el tiempo cuando el Todopoderoso concede al Hijo ser Rey del reino espiritual (1 Corintios 15:25-28).
Dicho sea de paso que estas verdades claramente significan que el Padre no es el Hijo, ni es el Hijo su propio Padre, contrario a las tesis o implicaciones del dogma trinitario.
Cristo es la cabeza de todo varón. Menor que Dios el Padre, mas, superior al varón, como también a los ángeles (Hebreos 1:4-14).
El varón es cabeza de la mujer. Menor a Cristo, pero superior a la mujer, no, por cierto, en términos de capacidad intelectual o valor de alma, sino en los roles asignados a él en la jerarquía social y organización espiritual determinadas por el Creador.
La mujer no es la cabeza del varón en el esquema legislado por el Creador, mas, sin embargo, su alma es tan valiosa como la del varón, sus oportunidades de salvación, pues, las mismas, al igual que su esperanza de vida perfecta al ser admitida a la tierra nueva con cielos nuevos prometidos para después de la Segunda Venida de Jesucristo.
“En el Señor, ni es el hombre sin la mujer, ni la mujer sin el hombre” (1 Corintio 11:11).
En la iglesia, “…no hay hombre ni mujer, esclavo o libre, judío o escita” (Gálatas 3:28).
Declaraciones ambas que no anulan la organización social-espiritual concebida e impuesta por el Creador sino que resaltan lo trascendentalmente importante tanto para el varón como para la mujer, a saber: ¡igual derecho al caudal de bendiciones sublimes y eternas puestas al alcance de ambos exactamente de la misma forma!
Esta realidad nos induce a observar que los conflictos y competencias entre no pocos de ambos sexos en lo referente a derechos y puestos sociales-espirituales evidencian enfoques distorsionados, los que tienden fuertemente a desviar la atención de los afectados de lo que debería ser la meta prioritaria de ambos: ¡salvar sus almas!
Así que, el propio Creador es quien establece el orden destacado tan concisamente –mediante tan solo veintitrés vocablos- en 1 Corintios 11:3. Su Hijo, Jesucristo, entiende perfectamente el lugar asignado a él en esta jerarquía de autoridad, sometiéndose respetuosamente a la potestad superior de su Padre celestial.
“…todo varón…” dice el texto, y esto quiere decir, a nuestro entender, que literalmente todo varón sobre toda la faz de la tierra debería tener por cabeza a Cristo, reconociendo y sometiéndose a su autoridad.
En cuanto a Cristo, se enseña en Colosenses 1:16 que “todo fue creado por medio de él y para él”. “…todo…”, y este “todo” abarca a “todo varón”.
Sin embargo, en realidad, solo los varones cristianos fieles y verdaderos permiten que Cristo sea su cabeza, honrando su autoridad al acatar su voluntad.
"Y el varón es cabeza de la mujer." He aquí el dictamen céntrico en torno al cual giran los planteamientos del Espíritu Santo sobre rango, velo y cabello.
En la organización implantada por el Creador, la mujer tiene cabeza. Su cabeza es el varón.
La mujer que repudia este dictamen, y cualquier varón que hiciera otro tanto, ¿cómo podrían entender o apreciar el texto que estamos analizando?
El varón NO es cabeza de la mujer. La mujer es igual al varón en todo sentido, y esto abarca no solo derechos políticos, de empleo y administración de bienes sino también roles en organizaciones cívicas-sociales, el matrimonio, el hogar y toda institución religiosa.”
Estas afirmaciones recogen, más o menos, el cambio drástico que multitudes de seres humanos han hecho al orden establecido por el Creador.
En el esquema y los designios de Dios para su creación, el varón tiene autoridad sobre la mujer cuando de ciertas relaciones o circunstancias se trata.
Autoridad absoluta, dictatorial, abusiva o destructiva, pues, negativo, sino conforme a las reglas divinas asentadas para conseguir y conservar, se sobreentiende, buen orden en toda su obra, evitando confusión o caos.
Autoridad que jamás implica, reiteramos, superioridad en términos de valor espiritual o capacidad intelectual.
Esta autoridad concedida al varón por Dios la mujer está en el deber de respetarla y conformarse.
La relación que Dios impone a ambos sexos fue establecida en el Edén después de la caída de la primera pareja, Adán y Eva. A Eva Dios le dice: "Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti" (Génesis 3:16).
Esta misma norma se incorpora al Nuevo Testamento de Cristo, donde sigue vigente hasta el presente.
"Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos. Sujetas... como Sara obedecía a Abraham" (1 Pedro 3:1-6). Ver, además, Efesios 5:21-33; Colosenses 3:18; 1 Corintios 14:33-35 y 1 Timoteo 2:11-15.
Ni siquiera antes de la caída en el Edén había total e incondicional igualdad entre el varón y la mujer, pues al crear Dios a la mujer, se la presenta al varón, explicando que ella sería su "ayuda idónea" (Génesis 2:18).
Al despreciar la mujer este papel, pretendiendo ponerse a la par del varón en todo aspecto, no solo se frustra el plan de Dios sino que se observa en mujeres de esta mentalidad la fuerte tendencia de tomar autoridad, o dominio, sobre el hombre, invirtiéndose, efectivamente, los roles.
Conforme a nuestras observaciones, la muy alabada “igualdad de los sexos” es más elusiva y difícil de conseguir que la verdadera “paz” entre gobiernos o naciones de filosofías, visiones o agendas encontradas.
Este versículo resalta el tema céntrico de 1 Corintios 11:3-16, el cual no es, por cierto, el de vestimentas, cabello o tradiciones sino la autoridad de Cristo sobre el varón y la autoridad del varón sobre la mujer.
Las cosas o acciones que sostienen esta organización divina, como también las que la socavan, los miembros de la iglesia han de identificarlas y tomarlas en cuenta en su diario desenvolvimiento, a no ser que se hallen atentando contra las autoridades por Dios establecidas.
En el tiempo de Pablo y los cristianos de Corinto, el velo, y además el largo del cabello, juntamente con estilos de peinado, figuraban entre las señales de autoridad, y el ilustre apóstol letrado procede a tratarlos.
1 Corintios 11:4
“Toda varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta,
afrenta a su cabeza.”
-Izquierda. La imagen en la moneda antigua romana es del emperador romano Julio César.
Luce un velo sobre su cabeza.
Derecha. Un varón judío se pone la tallita para orar.
"Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta…"
-“…con la cabeza cubierta…”, es decir, con el velo puesto. Kata kefaljjhs ecwn significa “teniendo puesto algo que colgara de la cabeza” (Joseph Thayer, Página 266). Que conste: el apóstol Pablo se refiere específicamente al velo, y no al turbante, gorro, Fez, capucha, sombrero o alguna “cubierta” cualquiera. Para Pablo, los corintios y la mayoría de sus contemporáneos el velo era, en el contexto social, una prenda propia de la mujer, y no del varón, tratándose de un atuendo de fuerte simbología social-moral-cultural inextricablemente asociada con la sumisión de la mujer casada a su esposo. Por lo tanto, el varón que se tapara la cabeza con el tipo de velo que pertenecía al sexo femenino actuaría impropia y malamente.
"…afrenta su cabeza.”
-Afrenta a Cristo. En la organización divina, ¿quién es la cabeza del varón? Respuesta divina: “Cristo es la cabeza de todo varón” (1 Corintios 11:3).
-¿Qué quiere decir “afrentar”. “Afrentar.
tr.
Causar afrenta, ofender, humillar, denostar. 2.
ant. Poner en aprieto, peligro o lance capaz de ocasionar vergüenza o
deshonra. 3. ant. Requerir, intimar.
4.
prnl.
Avergonzarse, sonrojarse.”
“Denostar”
significa “injuriar fuertemente, infamar la palabra”
(Diccionario de la Real Academia Española, en Biblioteca de Consulta
Microsoft® Encarta® 2005. © 1993-2004 Microsoft
Corporation. Reservados todos los derechos).
A la luz del estas definiciones, comprendemos que el varón cristiano de
aquel tiempo que se ponía el velo para efectuar actividades espirituales
cometería un grave error, pecando contra el Señor, pues su acción Dios
la tendría por muy ofensiva. Afrentaba a Cristo, entrando en su
presencia con un símbolo en su cabeza que atañía a la mujer, lo cual,
quererlo él o no, señalaba sumisión a tradiciones y voluntades humanas, y no
a la autoridad suprema del Rey de Reyes. Efectivamente, el Espíritu Santo
enseña a todo varón cristiano a no cubrir su cabeza con objeto alguno que
indique sumisión a falsos dioses o autoridades eclesiásticas humanas.
Tampoco con prenda alguna propia de la mujer.
-El romano Servio observa que los varones romanos se cubrían la cabeza para ejecutar sus ceremonias religiosas (Ad AEn, 3, 407. Citado en "The Greek Expositor's New Testament”, Tomo 2, Páginas 822 y 823). Pablo instruye al varón convertido a Cristo a no seguir semejante práctica pagana. “Usted, varón cristiano, no se presentará ante Cristo vestido a la manera de los adoradores de dioses falsos. Ellos ponen un velo sobre su cabeza. Usted no lo hará.” Parafraseado, este es el sentido, al menos en parte, de su enseñanza.
-Referente al judaísmo, los varones empezaron a usar un tipo de velo llamado "tallita” en el Siglo IV después de Cristo, según el estudio exhaustivo realizado por los señores H. L. Strack y Pablo Billerbeck, ("Kommentar Zum Neven Testament aus Talmud und Midrasch”, III, Página 423).
-“Todo varón que ora o profetiza…”
-Observamos que se especifican en el texto tan solo dos actos efectuados en la iglesia, a saber, orar y profetizar. ¿Deberíamos concluir, pues, que la prohibición de cubrir los varones cristianos su cabeza con un velo no fuera aplicable a otros actos de la iglesia primitiva tales como cantar salmos, himnos y cánticos espirituales, tomar la Cena del Señor, hablar lenguas extrañas o predicar sin profetizar? [En los Capítulos del 11 al 14 de 1 Corintios todas estas acciones se mencionan. Tengamos presente el que “profetizar” se hacía en la iglesia del Siglo I mediante el don sobrenatural de profecía y que el Espíritu Santo mismo enseñó que referido don, juntamente con los demás de la misma categoría, cesarían. Para estudios al efecto, recomendamos www.editoriallapaz.org/espiritu_santo_lista_recursos.htm.]
-Al especificar el apóstol Pablo solo los dos actos de orar y profetizar, ¿quería decir, por implicación, que fuese aceptable ponerse el velo el varón para cualquier otra acción espiritual en la iglesia? ¿Acaso se le permitiera tomar la Cena del Señor, cantar himnos, predicar o enseñar en la congregación, teniendo el velo puesto? Nuestra convicción es que no, en absoluto. La sana lógica y el sentido común nos llevan a deducir que la norma de no usar el varón cristiano el velo la hay que aplicar a toda actividad espiritual de la iglesia, pues Cristo es cabeza del varón cristiano no tan solo cuando este ora o profetiza sino también cuando participa de la Cena del Señor, canta himnos, enseña clases bíblicas o predica. De hecho, lo tenemos por axiomático que Cristo es siempre es la cabeza del varón. Concluimos, pues, que orar y profetizar son acciones representativas de todas las actividades espirituales del varón en la iglesia. Planteamos que los cristianos en Corinto lo hubieran entendido exactamente así.
¿Adorar el varón, teniendo puesto un sombrero o gorra?
La única prenda tema de 1 Corintios 11:3-16 es el velo, y no cualquier otro objeto. Dado este hecho incontrovertible, ¿se acertaría la persona que dijera que al varón cristiano se le permite adorar, cubierta la cabeza con un sombrero o gorra? No con el velo, pero sí con un sombrero o gorra. De modo alguno acertaría. Consideremos. De la manera que la costumbre del velo, con su significado y simbolismo arraigados, las cristianas del Siglo I debían practicarla para evitar tropiezos innecesarios, asimismo algunas costumbres y usos de actualidad nos conviene no violarlos, a no ser que ofendamos innecesariamente sensibilidades culturales o sociales. ¿Se quita el caballero su sombrero en presencia de damas o dignatarios? ¿Se atreve a no quitárselo al encontrarse cara a cara con un juez, alcalde, gobernador, presidente, príncipe o rey? Pues, ¿con qué justificación no se lo quitaría al estar en la presencia de Cristo para adorar? ¿No es Cristo infinitamente más merecedor de respeto que los más grandes dignatarios terrenales? Por otro lado, al varón de finos modales le decimos “caballero” por su conducta cortes y respetuosa. Incuestionablemente, el varón cristiano ha de ser excelente ejemplo de caballerosidad. Por lo tanto, no osará estar en medio de la congregación de los santos con su cabeza cubierta de sombrero o gorra.
Abundando un poco más, observamos que el hombre de buenos modales suele quitarse el sombrero o gorra al entrar en distintos lugares públicos: restaurantes, oficinas, centros de convenciones, teatros, salones de conferencias, bancos, recámaras de cortes judiciales, funerarias, etcétera. Pues, con todavía más razón se lo quitaría al entrar en el lugar de reunión de la iglesia del Señor. Estimado lector, si discrepa usted quisiéramos saber sus razones. En muchos lugares del mundo, la cultura dicta que el varón se quite cualquier prenda que tenga sobre la cabeza al entrar él en algún hogar de familia, aunque sea el hogar el de familiares cercanos. Es más: al entrar en su propio hogar se la quita. Estando en su propia casa, no se sienta a la mesa para comer sin antes quitársela. No se acuesta con la prenda aún puesta sobre la cabeza. Quitársela en presencia de otros seres humanos se interpreta como un gesto sencillo que demuestra respeto hacia los demás. Así que, nos parece tener justificación al tildar de incongruo y escandaloso el comportamiento del varón cristiano que no desnudara su cabeza ante el Cristo de la gloria y el Padre eterno sentado sobre su trono celestial. Desde luego, vivimos tiempos cuando la “informalidad” está de moda, especialmente entre las generaciones jóvenes. Y esta informalidad –sinónimo en no pocas instancias de falta de respeto, dejadez, descuido personal, estar “tirado” comoquiera, rebeldía contra cualquier norma- se refleja en la vestimenta de algunos de los que acuden a las reuniones y actividades de la iglesia. Hasta hemos visto a varones, con gorra puesta, entrar y sentarse en la congregación sin quitársela. Quizás por ignorar normas de decoro. Tal vez por carecer de reverencia ante Dios. En tal caso, es de suponerse que orientaciones dadas con tacto y delicadez corrigieran la falla.
¿Se le permite al varón cristiano vestir sombrero, gorra, turbante o cualquier otra prenda para la cabeza aceptable en su cultura particular, siempre y cuando no estuviera adorando a Dios? Por ejemplo, para las faenas diarias, en la calle, en los campos, etcétera. Entendemos que sí, con tal de que la prenda no señale apoyo de creencias religiosas falsas, sumisión a autoridades eclesiásticas de origen humano o promoción de vicios, inmoralidades, violencia, etcétera. Hasta donde sepa este servidor, tal clase de prenda no ofende, no afrenta, a Cristo.
1 Corintios 11:5
“Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta,
afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado.”
"Pero toda mujer (cualquier mujer que viva donde el velo sea prenda esencial del vestido femenino y/o señal de modestia y sujeción) que ora o profetiza con la cabeza descubierta (no teniendo el velo puesto) afrenta su cabeza". ¿Quién es la cabeza de la mujer según el orden establecido por el Creador? La divina respuesta dice: “…el varón es cabeza de la mujer" (1 Corintios 11:3). Así que, la “cabeza” afrentada en la oración ahora bajo escrutinio no es Cristo sino el varón, particularmente, el esposo de la mujer cristiana casada. Huelga decir que, al faltarle la casada respeto a su esposo, también sería culpable de afrentar a Dios y Cristo, ya que la voluntad de la Deidad es que ella se sujete a su marido. Por supuesto, en la iglesia, Cristo es cabeza de todos los feligreses, tanto de las mujeres como de los hombres. Pero, el tema de los Versículos del 3 al 5 no es, específicamente, la organización de la iglesia. En particular, el del Versículo 5 no es, enfatizamos, la relación de la mujer a Cristo sino la de la casada a su marido.
"…afrenta su cabeza…" Afrenta a su esposo. Le deshonra. Ya que “el varón es la cabeza de la mujer", ella debería manifestarle respeto en todo lo que hiciere. Si lo hace en la vida cotidiana, también lo haría en las actividades de la iglesia, por ejemplo, al orar o profetizar. ¿Se pone el velo al salir de su hogar? ¿Se pone el velo para ir al mercado? ¿Se lo pone para presentarse ante otros en cualquier lugar público? ¿Se lo pone en presencia de varones que llegaran de visita a su hogar? Entonces, ¿con qué razón se lo quitará en la congregación de los santos? Si honra a su esposo en otras ocasiones, mucho más lo debiera hacer en la iglesia y al ocuparse en actividades espirituales llevadas a cabo en presencia de ambos sexos.
"…afrenta su cabeza…" Es decir, demuestra, aunque no tenga el propósito de hacerlo, un espíritu de arrogancia hacia su esposo, y por ende, hacia todo varón adulto. Desacredita a su esposo. Le hace pasar vergüenza. Le dice, efectivamente: “Ve, no estoy bajo tu dominio; no estoy sujeta a ti. Pertenezco a un nuevo grupo de esposas –el de esposas que nos libramos de ataduras e imposiciones antiguas. Soy libre”. De nuevo, ponemos de relieve que no se trata de pecar la tal mujer directamente contra Dios sino contra su esposo. (Desde luego, al pecar contra el hombre, también peca contra Dios.) ¿Peca contra el varón si se quita el velo en la calle, en el mercado, en el hogar de un vecino o en cualquier lugar donde debiera usarlo? Pues, también peca contra el hombre si se lo quita para orar y profetizar.
El uso del velo no era un rito espiritual inventado por Dios para probar la fe de la mujer cristiana. No era un acto ceremonial por medio del que demostrar la mujer su obediencia a Dios. Más bien, fue una tradición cultural, muy arraigada en el Imperio Romano, indicativa de respeto, honra y sumisión de parte de la mujer casada hacia su esposo.
Volvemos a hacer hincapié en que Dios no instituyó el uso del velo en la iglesia como una práctica nueva para las damas convertidas a Cristo. Desde tiempos remotos, las mujeres de regiones ocupadas por el Imperio Romano habían hecho uso del velo, bien que no siempre del mismo diseño, material, etcétera. Dios no presentó el velo como señal única que distinguiera a las mujeres cristianas de las demás mujeres de aquellos tiempos y contornos del Siglo I. Como objeto que identificara o distinguiera a la mujer cristiana, en definitiva, el velo no hubiera servido, pues toda mujer casada que deseara manifestar respeto por su esposo, honrarlo, no ser tildada de adúltera, presentar en público con pudor y modestia, ser tenida por mujer casta, debía usar el velo. Ahora bien, lo que todos usan no sirve como identificación peculiar para unos pocos. Así que, no siendo el velo prenda exclusiva de mujeres cristianas sino parte esencial del vestuario de toda mujer casada decente y moralmente pura, su uso de parte de damas cristianas casadas solo significaba que ellas también eran esposas debidamente fieles al compromiso matrimonial, sin mancha, serias y sumisas.
Aunque el que leyera 1 Corintios 11:3-16 no estuviera informado sobre la tradición del velo que regía en los tiempos de Cristo y los apóstoles, la frase "afrenta su cabeza", entendida correctamente, debiera orientarle ayudándole a comprender que se trataba de algo que afectaba la relación entre la mujer y el hombre, y no directamente a la que sostiene la mujer a Dios. La frase "afrenta su cabeza" indica, efectivamente, que el velo no pertenece primordialmente a la categoría de ceremonias o leyes espirituales sino a la de objetos o costumbres de origen humano que afectan, primordialmente, reputaciones en el contexto del matrimonio.
"…que ora..." Es decir, que ora juntamente con los demás cristianos en reuniones de la iglesia. Por las directrices asentadas en 1 Timoteo 2:11-14, inducimos que la mujer cristiana no dirigiría oraciones en la congregación, ni oraría en voz alta mientras otros oraban, pues claramente se enseña que la mujer no debiera ejercer poder sobre el varón, ni enseñar, ni hablar en la congregación (1 Corintios 14:33-37). Orando juntamente con la iglesia, o en cualquier otro lugar donde hubiera varones presentes, la mujer cristiana casada debía tener el velo puesto sobre su cabeza como señal de rectitud moral y respeto por su marido.
"…o profetiza…" Algunas mujeres (Hechos 2:17; 21:8,9) de la iglesia primitiva recibieron el don de profetizar, es decir, el poder sobrenatural de edificar, exhortar y consolar (1 Corintios 14:3). Según 1 Corintios 14:33-37 y 1 Timoteo 2:11-14, no lo usarían en las reuniones de la iglesia, ya que en estos textos se le prohíbe a la mujer hablar o enseñar cuando toda la iglesia está reunida “en un solo lugar” (1 Corintios 14:23). No obstante, en otras ocasiones la dama cristiana que poseía el don de profecía tendría muchas oportunidades de usarlo. Por ejemplo, entre familiares y amigos lo usaría. En diálogos privados podría usarlo. Su don era muy importante, especialmente para la orientación y edificación de doncellas y mujeres casadas (Tito 2:3-5). Al profetizar entre otras personas, siempre lo haría con el velo puesto, no porque la falta de esa prenda rindiera inválidas sus profecías, o le hiciera perder el don, sino para no afrentar al varón, a su esposo. Teniendo el velo puesto, daría a conocer que reconocía el orden establecido por Dios. Llevaría puesta la señal de pureza moral y sujeción para que ninguno se escandalizara. Anotamos que el don de profecía fue quitado (1 Corintios 13:8-13; Efesios 4:7-16) cuando el Espíritu Santo terminó de revelar, a través de los dones sobrenaturales, toda la verdad de Dios para la Era Cristiana (Juan 16:13-15).
Conducta moral, sexualidad, modas, vicios, gangas, pornografía.
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