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¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Conferencia presentada durante el Seminario Bíblico de Houston, abril del 2015.

“Señor, ¿a quién iremos?”

Vista de la audiencia presente para una de las conferencias del Seminario Bíblico de Houston, obra de la Iglesia de Cristo.

 

Mensaje presentado por Homero Shappley de Álamo en el…

Seminario Bíblico de Houston

Iglesia de Cristo

Houston, Texas

 03 de abril de 2015

Viernes, 4 p. m.

PDF de esta conferencia

I. Introducción.

A. Salutación. Muy buenas tardes, queridos hermanos y hermanas. Dios bendiga grandemente a todos y cada uno. Me siento, de veras, muy honrado al tener el privilegio de estudiar una porción del “evangelio eterno” con ustedes en esta ocasión, para nuestra mutua edificación. Una vez más, quisiera expresar mi más profunda gratitud por la dicha de participar en este gran Seminario Bíblico. Muchísimas gracias, primero al Señor, entonces a toda persona presente, con especial agradecimiento a los organizadores y anfitriones cuya visión y generosidad han hecho posible este evento espiritual valiosísimo. En particular, deseo agradecer al hermano Fernando Corrales su trabajo incansable en pro de esta actividad, incluso sus llamadas animando a participar, y, además, el hospedaje que él y su familia me han brindado durante estos días.

B. De nuevo, me encuentro en la posición un tanto difícil de presentar la conferencia de la tarde que precede la cena, ante oyentes cuyos oídos han escuchado ya millones de palabras. Presos aquí hasta que no termine este servidor… por lo de tener que ayunar veinticuatro horas corridas cualquiera que salga prematuramente del salón.

1. Para colmo, los predicadores ancianos tenemos fama de hablar mucho… demasiado de mucho. [¡Qué raro! No escuché ningún “Amén”.] Tantas experiencias hemos acumulado. Y tanto conocimiento. Al menos, eso creemos.  ¿Han notado ustedes que nuestros mensajes tienden a extenderse en proporción a nuestros años de edad? Bueno, ya que tengo setenta y siete, con siete meses, no se sorprenderán si el mío se alargue proporcionalmente.

2. Otra peculiaridad de personas ancianas es que no nos da hambre como a la gente más joven que nosotros. Así que, mientras ustedes los más jóvenes que yo –casi toda la audiencia, supongo- estén soñando con un plato desbordante de chuletas ahumadas, churrasco o enchiladas, con habichuelas refritas, ensalada y pan con ajo, o lo que sea su plato favorito, sepan, mis amados hermanos, ¡que este servidor no tiene hambre! Y, por consiguiente, ¡no tengo prisa para terminar pronto este mensaje!

D. “Señor, ¿a quién iremos?” “Señor, ¿a quién iremos?” (Juan 6:68). Esta es la pregunta que me asignaron para esta hora.

1. Acaso la pregunta más fácil de todas las seleccionadas para esta serie.

2. “Fácil”, digo, porque el apóstol Pedro, autor de la pregunta, también la contesta él mismo. Dirigiéndose a Jesucristo, dice, efectivamente, parafraseando: “Solo podemos ir a ti, Señor. A más nadie. ¿A fariseos o saduceos? ¡Negativo! ¿A escribas o doctores de la ley? ¡Tampoco! Solo a ti podemos ir, porque ‘Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente’.”

a) Así que, ya teniendo nosotros, mediante Pedro, la única respuesta correcta, ¡bien podíamos ir a cenar enseguida! ¿Qué les parece? ¿Quieren? ¡Quedan tachadas estas últimas dos preguntas!

b) A la verdad, este servidor debiera llenar este espacio de “algo”, para no quedarme mal con los organizadores de estas conferencias. No solo de “alguito”, sino de alimento espiritual sólido y apetitoso, para no defraudar a ustedes, tan paciente y excelente audiencia. Por cierto, este es mi anhelo ferviente: traerles algo de verdadero valor.

II. Tengo una idea. Voy a cambiar la pregunta, adaptándola a nuestras circunstancias de actualidad. En vez de “¿A quién iremos?”, pregunto: “¿A quién, o a quiénes, ESTAMOS yendo?” Tiempo presente. ¿Les parece bien? “¿A quién, o a quiénes, ESTAMOS yendo?” Durante esta segunda década del Siglo XXI, nosotros de las iglesias de Cristo de Texas, México, Puerto Rico y el resto del mundo, ¿siempre estamos yendo todos fielmente tras Jesucristo y sus “palabras de vida eterna”? ¿“Perfectamente unidos” en nuestro empeño de seguir “una misma regla” (Filipenses 3:16), tener “una misma mente”, sintiéndonos todos “lo mismo” y hablando “una misma cosa”? (1 Corintios 1:10) ¿Existe tal consenso, tan sublime unidad de propósito y acción, siquiera entre todos los presentes en este auditorio? Ojalá que sí. Tratándose de la iglesia global, bien se sabe que hay sus excepciones, quizás hasta gran número.

“¿A quién, o a quiénes, ESTAMOS yendo?” No dudo de que nuestra respuesta hoy día sea la misma dada por Simón Pedro hace dos mil años. “Señor Jesús, para satisfacer nuestra sed, nuestra hambre, de ‘palabras de vida eterna’, ¡estamos yendo solo a ti, día tras día, porque también nosotros, aquí en pleno Siglo XXI, ‘hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente’.” ¡Absolutamente maravilloso, para mí, el que dos mil años después de Cristo y Pedro, en tierras lejanísimas de aquel Israel, tantos y tantos millones contestáramos la pregunta de esta misma manera!

Así que, para todo discípulo genuino de Cristo, de todo tiempo y lugar, es, de veras, del todo axiomático que el Hijo del Dios viviente, y solo él, tiene, para toda la Era Cristiana, hasta el fin del mundo, “palabras de vida eterna”, “palabras que… son espíritu y son vida”. Moisés, no. Tampoco Sócrates, Confucio, Buda, Platón, Charles Darwin, Carl Marx o cualquier otro renombrado filósofo o religioso, cual sea. ¡Solo Jesucristo!

Con todo, discierno cierta problemática aun en aquella contestación de Pedro, a saber: ¿Quién es capaz de exponer el verdadero sentido de las abundantes “palabras de vida” vertidas por Jesucristo, y, además, hacer aplicaciones acertadas?

Para Simón Pedro, los demás apóstoles y sus contemporáneos del Siglo I, la respuesta fue sencilla. ¡El Espíritu Santo lo haría! Él guiaría a los apóstoles a “toda la verdad” (Juan 16:13-15). “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Juan 14:26). Él les revelaría todas las normas y directrices del “nuevo pacto” sellado con la sangre del Cordero de Dios. En lo concerniente al establecimiento y desarrollo de la iglesia, él dirigiría sus ejecutorias, incluso en todo lo relacionado con la organización, el culto y las obras de la iglesia. Además, el Espíritu Santo haría que Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo, Pedro, Santiago y Judas, el hermano de Jesús, escribieran, por inspiración divina, “toda la verdad” en los veintisiete documentos del Nuevo Testamento que se conservan hasta el día de hoy.  

De manera que “toda la verdad”, sinónima de todas “las palabras de vida” de Jesucristo, que el Padre Dios quería preservar para toda la humanidad, ¡la tenemos nosotros en este momento! Ni faltan en ella definiciones, explicaciones o ejemplos de aplicaciones. “…la perfecta ley, la de la libertad” (Santiago 1:25). Simiente espiritual incorruptible. “…palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23-25). “…una misma regla” (Filipenses 3:16), la que todos debiéramos poder seguir unánimemente, se supone, aun hablando todos nosotros “una misma cosa”, sin que haya “divisiones” entre nosotros, “sino que” estando todos nosotros “perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”(1 Corintios 1:10).

Entonces, amados en el Señor, ¿qué nos pasa a nosotros? Que sí, hay divisiones en nuestra gloriosa hermandad del tiempo presente. Que negativo, no todos hablamos una misma cosa, ni siquiera sobre “los rudimentos de la doctrina de Cristo” (Hebreos 6:1-3). Que sí, se forman grupos o claques, identificándose cada uno con algún predicador, anciano o escritor destacado. De la misma manera que algunos discípulos en la antigua ciudad de Corinto iban tras Pedro, otros, tras Pablo, otros, tras Apolos, diciendo todavía otros que eran de Cristo, causando divisiones (1 Corintios 1:11-13). Que sí, algunos de nosotros, para no decir muchos, están yendo a distintos personajes de nuestra hermandad, y aun fuera de nuestra hermandad, dejándose llevar de las “doctrinas diversas y extrañas” que traen(Hebreos 13:9).

¿Qué nos pasa a nosotros? Esto no nos conviene. Esto no es saludable para nuestra preciosa hermandad, la iglesia de Cristo. No me cabe la menor duda de que peligre seriamente la salvación eterna de algunos a causa de estas acciones y sus consecuencias, pues “seis cosas abomina Jehová, y aun siete abomina su alma”, siendo la séptima el que siembra discordia entre hermanos” (Proverbios 6:16-19).

Bellísimos son los cielos azules, y deleitoso el tiempo de bonanza libre de vientos huracanados, rayos espantosos y truenos que hacen estremecerse aires, tierra y hombres. ¡Todavía más bella y deleitosa es la armonía en la gloriosa iglesia del Señor!

Los concurrentes al Seminario Bíblico de Houston desayunan, almuerzan y cenan juntos, en hermosa y edificante unidad cristiana.

 

Vuelvo a preguntar persistentemente: ¿Qué nos pasa a nosotros? Con el propósito único de analizar objetivamente problemáticas que nos perturban, y sin querer exacerbar situaciones, echar más leña al fuego, lastimar alma alguna o poner más nervios de punto, quisiera, con todo respeto y humildad, mencionar dos males en particular que nos inducen a ir donde no debiéramos, y a quienes no debiéramos, en busca de instrucción religiosa-espiritual.

1. El primer mal es holganza intelectual, o sea, vagancia mental. Mal del que padecen, según mis percepciones personales, quizás equivocadas o exageradas, numerosos predicadores, maestros, evangelistas y ancianos, al igual que muchos, muchos oyentes en nuestras congregaciones a través del planeta Tierra. Ahora bien, queridos hermanos, nada nuevo traigo al plantear que los riquísimos tesoros inagotables de “toda la verdad”, sinónima de “las palabras de vida eterna” y de “la sana doctrina”, los hacemos nuestros solo por medio de leer la Biblia, estudiar, reflexionar y orar. Leer más, y más a menudo. Estudiar más, y todavía más, desmenuzando, profundizando. Pidiendo en oración entendimiento, iluminación espiritual, sabiduría celestial. Solo así podemos todos y cada uno alcanzar el mismo conocimiento, el cual es el fundamento indispensable de la perfecta unidad. Solo así, y no de otro modo, podemos estar “llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9), estado ideal que establece Dios para todos sus hijos, y no tan solo para un grupo selecto de ministros.

Pero, desde tiempos remotos, “el mucho estudio es fatiga de la carne”, como apunta Salomón en Eclesiastés 12:12. Especialmente, ¡fatiga de la mente! Como probablemente en esta hora y en este lugar. ¿Verdad? Cuerpo cansado. Mente fatigada de procesar tantas palabras e ideas.

A propósito, la penalidad por dormitar durante esta conferencia es aprender de memoria ciento cuarenta versículos del Nuevo Testamento durante los próximos siete días. ¿No lo sabían? Pues, ¡ya están informados!

Así que, “…el mucho estudio es fatiga de la carne.” ¿Estudiar yo la Biblia por mi cuenta? ¡Ummmm……..! ¡Eh……! Demasiado trabajoso. Mucho más fácil y entretenido ir a escuchar al hermano Mengano. “¿A quién iré para nutrirme espiritualmente? Iré al hermano Mengano. ¡Oh! Él es un ministro tan amable y carismático.” Y lo será. Pero, resulta que tampoco al hermano Mengano le gusta estudiar mucho, pese a ser predicador y maestro. Así que, Mengano recurre a terceras para muchos de sus mensajes y clases. Pero el hombre no está capacitado para siquiera evaluar inteligente y bíblicamente la producción de terceras por carecer él mismo de suficiente conocimiento e inteligencia espirituales. ¡Ay de él y de los que vayan donde él, escuchándole! El escenario está preparado para la transmisión de múltiples errores y engaños, exponiéndose al peligro tanto el ministro no diligente en estudios personales como sus oyentes de la misma categoría. ¡Y todo a causa, mayormente, de holganza intelectual!

“En lo que requiere diligencia, no perezosos…”, escribe Pablo a los cristianos en Roma (Romanos 12:11). Qué conste: a todos, y no tan solo a un grupo especial. Amados todos, el estudio de las Sagradas Escrituras sí, definitivamente, “requiere diligencia”; trabajo, concentración, entrega, sacrificio. Así pues, no seamos “perezosos” al respecto. ¿Les parece bien? Qué cada miembro de la iglesia establezca para sí un régimen tal de lectura, estudio, investigación y verificación, que se llenen las recámaras de su mente del saber espiritual puro, luminoso, salvador. Lográndolo usted, será tan noble como los antiguos de Berea, elogiados porque escudriñaban “cada día las Escrituras para ver si estas cosas” del evangelio “eran así” (Hechos 17:10-12). “…cada día” escudriñaban.

Queridos hermanos y hermanas, una vez plenamente alumbrados “los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cual es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1:18-19), poca razón tendrían para estar acudiendo a terceras en busca de instrucción. Ya tendrían conocimiento y entendimiento propio, y por ende, convicción personal, siendo los tres elementos –conocimiento pleno, entendimiento propio y convicción personal- vitales para salvación personal eterna. Al fin y al cabo, en el día del juicio cada cual tendrá que dar cuenta de sí. Esto significa que yo no debo descansar mi salvación en el conocimiento, entendimiento y convicción de otras personas, sino procurar “con diligencia” presentarme a mí mismo “a Dios aprobado”, habiendo aprendido yo mismo a usar “bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).

Desde luego, estamos todos en la libertad de escuchar a terceras, como ustedes a mí en esta hora, o leer sus escritos. Conforme al dictamen que dice: “Examinadlo todo; retened lo bueno”(1 Tesalonicenses 5:21). Pero, ¿cómo retener yo lo bueno si no sé discernir yo mismo entre lo bueno y lo malo, entre “la sana doctrina” y “mandamientos de hombres”? ¿Y cómo podré discernir si no he hecho mío el conocimiento y entendimiento que me proveen las Escrituras? ¿Y cómo los haré míos si soy tan vago, intelectualmente, que no estudio lo suficiente? ¡Dios me libre! Señor, a veces, soy vago. Perdóneme. ¡Sacúdame! Para que la inercia intelectual y espiritual no resulte en la muerte de mi alma.

¿Ir a terceras –maestros, predicadores, comentaristas, conferencistas- escuchando o leyendo sus aportaciones? Pues, sí. Teniendo siempre presente el dicho de Cristo al efecto de que si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15:14).

¡Mucho ojo a dos grupos en particular! A Indoctos espirituales que hacen pronunciamientos autoritarios sobre temas o procederes controvertidos sin haber estudiado adecuadamente, y a Fanáticos de sus propias conclusiones mal razonadas.

-Indoctos que pontifican sin haber estudiado adecuadamente o tener suficiente experiencia. Sobre “…cosas… difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición (2 Pedro 3:16). Y la posible “perdición” de todavía otros indoctos que acudan a ellos para instrucción espiritual. No solo tuercen “cosas… difíciles de entender” sino también cosas fáciles.

-Cualquier cristiano puede ser “indocto” en áreas particulares del saber espiritual, incluso: predicadores, maestros, profesores de institutos, escritores o comentaristas, no importando su edad o años en la fe, ya sean neófitos o maduros. “Indocto” quiere decir, sencillamente: “Falto de instrucción”. Soy “indocto” en los temas que no domino perfectamente, y consiguientemente, no debería yo declarar sobre ellos, ilusionado con tener completo entendimiento. Circunstancias enredadas y peligrosísimas para almas se crean cuando uno piensa saberlo todo, sin saber nada como debería saberlo. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo” (1 Corintios 8:2). Esto también es el principio de la sabiduría.

-Cierto evangelista de poca experiencia fue a un país de Sur América con la intención de levantar congregaciones y adiestrar a obreros para el Reino. Me informó por correo electrónico que no iba a usar literatura para la iglesia preparada por nosotros en Puerto Rico “por su alto contenido doctrinal”. Con tacto, intenté orientarle un poco sobre los peligros de no identificarse doctrinalmente. Dos o tres años más adelante, me escribió, arrepentido de su error, pidiendo perdón. Pues, de mi parte, ¡nada que perdonar! Las víctimas de tales inmadureces serían las almas que necesitan “la sana doctrina” para salvarse en Cristo y afianzarse en su iglesia.

-Ahora bien, el conocimiento incompleto y el entendimiento a medias resultan en convicciones prematuras. Y estas convicciones prematuras, nacidas antes del término necesario para su maturación –tal cual la criatura que nace prematuramente- se convierten, a menudo, en doctrinas y prácticas irracionales y divisionistas.

Por ejemplo, la doctrina que dice: “Es necesario tomar la santa Cena del Señor solo de noche porque dice ‘santa cena’ y no santo desayuno o santo almuerzo”. Convicción prematura que no toma en cuenta el uso metafórico del vocablo “cena” en el contexto netamente espiritual de la “cena del Señor”. Uso metafórico también puesto de relieve en la invitación de Jesucristo: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). El Señor “cena” a cualquier hora del día o de la noche con todo aquel que le abre la puerta de su corazón, no importando la hora.

Otro ejemplo: “La ofrenda de la iglesia ha de usarse exclusivamente para los santos, y no para socorrer a ninguna persona no convertida, porque 1 Corintios 16:1 dice ‘para los santos’.” Convicción prematura hecha antes de escrutar suficientemente todo lo relacionado al asunto. Convicción prematura que tranca la objetividad. “…hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10), exhortó Pablo “a las iglesias de Galacia” (Gálatas 1:2), y no exclusivamente a individuos. El propio apóstol Pablo trajo una ofrenda de las iglesias en Macedonia y Acaya para “hacer limosnas a mi nación y presentar ofrendas”, como dice él(Hechos 24:17). “…a mi nación”, subrayo, no limitando las limosnas y ofrendas exclusivamente a miembros de la iglesia.

Muchos hermanos se arrepienten luego de sus convicciones prematuras, lo cual es muy loable, pero el daño hecho ¡cuán difícil es rectificarlo!

Glorioso es el sol en todo su esplendor fulminante. Y gloriosa la verdad cuando resplandece en toda su plenitud. Pero, medias verdades son medio feas, y la ignorancia espiritual es un bosque oscuro de neblinas y tinieblas espesas donde se pierden almas incautas.

­-Mucho ojo a Fanáticos de sus propias conclusiones mal razonadas.

En algunos países del Caribe, ciertos evangelistas, maestros y predicadores de nuestra hermandad sembraron gran confusión, aún división, al insistir apasionadamente que las damas cristianas debían cubrir la cabeza al orar. No pocas congregaciones instituyeron la práctica. Treinta años después, gran parte de los que sostenían el uso de cubierta ya no lo enseñan, habiendo llegado al entendimiento más claro de lo que escribió el apóstol Pablo sobre el tema en 1 Corintios 11. Tantas contiendas recias, disgustos, enajenamientos, aun divisiones, a consecuencia de convertirse algunos en fanáticos de sus propias conclusiones erróneas.

2. ¿Qué nos pasa a nosotros? ¿Que haya entre nosotros tantas vertientes divergentes? El segundo mal que aleja de Jesucristo y sus “palabras de vida eterna”, su “evangelio eterno” (Apocalipsis 14:6), “la doctrina de Cristo” (2 Juan 9-11), haciendo añicos de la preciosa unidad que Dios espera encontrar en su pueblo, lo visualizo como una enorme bola peligrosísima fabricada ingeniosa y diabólicamente de gruesos cordones multicolores enrollados los unos sobre los otros y entrelazados. Una bola grandísima de inconformidades religiosas y liviandades espirituales; de opiniones, deseos e ilusiones personales, incluso, la comezón de oír a menudo algo nuevo, algo diferente.

Traigo a memoria la profecía del apóstol Pablo. “Vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina”, es decir, no la tolerarán, no la soportarán, no querrán escucharla, “sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias(2 Timoteo 4:1-5). A mi parecer, el cristianismo en general está viviendo, en estos tiempos, el cumplimiento de esta profecía. Veintenas de millones de cristianos profesos amontonando maestros, no conforme a “la sana doctrina” –cosa que no les interesa, que no toleran, concepto que resisten de plano- sino “conforme a sus propias concupiscencias”, es decir, deseos, gustos o pasiones personales. Multitudes de almas impacientes, llenas de desazón, de desasosiego mental, emocional y religioso-espiritual. Y, fíjense bien, amados: ¡Montones y montones de maestros que satisfacen los criterios egoístas de tales buscadores, de tales oyentes o lectores religiosos! “…amontonarán maestros.”Así pues, ¡montones de ellos, cada montón con sus interpretaciones privadas ajustadas a los deseos de sus seguidores!

Este mal que está revolcando a otras iglesias, esta  gigantesca bola que está arrollando, rompiendo y aplastando lo sano, lo correcto, lo verdadero, ¿también está impactando a nuestra hermandad? ¿A la iglesia de Cristo? Pues, ¡claro que sí! A algunas congregaciones. Quizás a muchas, o casi todas, en una que otra medida.

“A mí no me gusta que hablen de sana doctrina en el púlpito o en clases. Eso suena a exclusivismo. Eso ofende a muchos creyentes. Demuestra un espíritu soberbio e intolerante. La doctrina no salva. Cristo salva.” Este sentir del mundo religioso en derredor nuestro también es el de algunos que dicen andar con nosotros. Estos buscan a maestros conforme a sus pareceres sobre “doctrina”, y amontonándose, se forman hasta congregaciones completas opuestas a cualquier énfasis sobre “la sana doctrina”. Sí, amados, esto sucede porque también hay maestros, ministros, ancianos y evangelistas que respaldan semejantes conceptos. ¡Tampoco les gusta que se hable de “la sana doctrina” en púlpitos o clases! Pese a los tantos y tantos textos del Nuevo Testamento que enfatizan “buena doctrina” (1 Timoteo 4:6), “la doctrina de Cristo” (2 Juan 9-11; Hebreos 6:1), etcétera, instando a su predicación. “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina”, exhorta Pablo a Tito(Tito 2:1). Y pese a otros tantos textos que advierten contra “doctrinas diversas y extrañas” (Hebreos 13:9), “doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1-5), etcétera.

Pero, quiero subrayar, sobre todo, que nuestros “gustos, apreciaciones u opiniones personales” no cambian lo que enseña la Deidad sobre “la sana doctrina”. No cambian su contenido, ni anulan el deber de predicarla. ¿Qué tienen que ver nuestros gustos u opiniones con “…las palabras de vida eterna” que pronunció Jesucristo, y “toda la verdad” dada y explicada por el Espíritu Santo en el Nuevo Testamento? ¡NADA! ¡En absoluto! O las aceptamos o las rechazamos, ¡y punto! Son inalterables y eternas, no sujetas a pareceres de neófitos, gustos de gente con “comezón de oír” lo que satisfaga sus deseos, o la ignorancia espiritual de quienes no estudian lo suficiente.

[¿Acaso encontramos muy duras muchas de ellas, refunfuñando y resistiéndolas? “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” dijeron muchos de los discípulos de Jesucristo al escuchar su disertación sobre comer su cuerpo y tomar su sangre. Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:60-67). ¿Queremos acaso irnos también nosotros? Por cierto, nos alejamos de Cristo, tal cual aquella multitud, en la medida en que rehusemos seguir sus palabras, las cuales “son espíritu y son vida”. Y alejándonos siquiera un poco, arriesgamos perder la vida eterna.]

 “A mí no me gusta que prediquen Reino o iglesia”, dicen algunos. Entonces, van en busca de maestros, ministros y ancianos que se solidaricen con ellos. Y los encuentran, pues no faltan profesos ministros de Cristo que dicen: “Yo no voy a predicar Reino. No voy a predicar iglesia. La iglesia no salva. Yo soy Cristo céntrico. Solo voy a predicar el corazón del evangelio: la vida, muerte, resurrección y ascensión de Cristo, como en 1 Corintios 15:1-5.” Entonces, confabulándose unos y otros, forman congregaciones que sostienen sus gustos y criterios personales. Eso, pese a que Juan el Bautista, Jesucristo y sus apóstoles predicaban Reino-iglesia constantemente. Por ejemplo, el apóstol Pablo testifica haber “pasado predicando el reino de Dios” entre los efesios (Hechos 20:25).

“A mí me encanta la adoración contemporánea. Que alabemos a Dios en voz alta, todos a la vez. Y viene bien el sonido grato de guitarras, violines o un piano. Se avivan los himnos, haciéndome sentirme bien, elevándome al trono de Dios.” Los que piensan así, llevados por sus propios deseos, van en pos de maestros, ministros y ancianos que los complazcan. Y los encuentran en algunos lugares, quizás aun aquí mismo en Houston. Llenos también ellos de sus propias concupiscencias particulares, es decir, de sus propios deseos, gustos y pareceres, aun de fuertes inclinaciones mundanas-sensuales. Dispuestos a agradar a los hombres, particularmente a la juventud, con tal de retenerlos en su redil. A ofrecer adoración contemporánea para los que la desean, y adoración tradicional a los que no. Dispuestos a dividir congregaciones. Sin embargo, adoradores que adoran en la carne y según doctrinas de su invención personal, el propio Dios y Padre NO los busca sino a “verdaderos adoradores” que le adoren “en espíritu y en verdad” (Juan 4:21-24).

[A resumida cuenta, la persona en cuya mente sus propios deseos, gustos y opiniones están al frente en su cabeza, en primera plana, mientras el conocimiento, el intelecto, la razón y la lógica ocupan planos inferiores, se va, naturalmente, a los de la misma mentalidad para instrucción religiosa-espiritual. Todos estos practican una fe esencialmente subjetiva, importándoles en poco o nada directrices explícitas del “nuevo pacto” de Cristo.]

En un barrio de Gurabo, Puerto Rico, estudiamos con cierta pastora de unos cuarenta y cinco años de edad. Cuando abordamos las reglas del Espíritu Santo sobre el rol de la mujer en la iglesia, ella exclamó, muy molesta y airada: “¡No me importa lo que diga Pablo! Dios me ha dado el don de predicar, ¡y yo voy a predicar en las iglesias!”¡Ah! Precisamente, el mismo sentir de las multitudes que, hoy día, se dejan llevar por sus pasiones. “No me importa lo que explique el Espíritu Santo, ni los ejemplos dados por él. Tengo otro entendimiento, otra visión, otra percepción, otra interpretación, superior, más espiritual que la letra del Nuevo Testamento.” Y asimismo piensan no pocas damas que afirman vigorosamente amar y seguir a Cristo, pero que se empeñan, con agresividad notable, en tomar roles en la iglesia que no les corresponden, conforme a la organización ordenada por Dios. Entre ellas, algunas mujeres de nuestra propia hermandad. “No me importa lo que haya escrito Pablo.”Pocas personas se atreven a expresarse tan clara y desafiantemente, pero su forma de hablar y sus acciones transmiten el mismo sentir.

III. Conclusión.

En conclusión… ¡qué grata esa palabra “conclusión”!, ¿verdad? Ojala hayan calentado la cena ya. Digo, concluyendo, poderoso es el Corazón, con sus palpitantes emociones y sentimientos electrizantes. Con sus fuertes deseos e impulsos dinámicos. Pero, también engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…” (Jeremías 17:99). ¿Por qué? Sencillo: porque el Corazón no es la fuente del conocimiento, del entendimiento, de la lógica, de la razón, sino que lo es el Intelecto. Y el Intelecto, instruido plenamente, organizado y disciplinado, funcionando sanamente, proyecta su propia belleza, sus propios encantos y poderes espirituales. Tal cual, en el universo material, figuras geométricas perfectamente creadas y agrupadas. Dominando y guiando el Intelecto al Corazón como debería, los dos juntos, en hermosa mutua unión complementaria, forman al nuevo hombre espiritual, a la nueva mujer espiritual, en toda su gloria, honra y madurez. Verdaderas imágenes espléndidas “del que” los creó” (Colosenses 3:10), creados “según Dios en la justicia y santidad de la verdad(Efesios 4:24). Y así, completamente entregados tanto el Corazón como el Intelecto a Cristo, el único que tiene “palabras de vida eterna”, los dos van renovándose y purificándose cada vez más hasta lograr la creación de “un varón perfecto”, llegando este “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4:13-15).

Dios bendiga nuestros intelectos y corazones para que esta maravillosa visión se haga realidad en todos y cada uno de nosotros, preservándose al máximo la poderosa y reconfortante “unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3).

Muchísimas gracias por su  amable y paciente atención.

 

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