Divorciados, cada uno de su primer cónyuge, entonces se conocen y se casan, luego se bautizan. ¿En tela de juicio la validez de su matrimonio y bautismo?

Cinco historiales de relaciones sociales-sexuales-matrimoniales que envuelven gran cantidad de Dilemas morales-espirituales relacionados con matrimonio, divorcio y nuevas nupcias. Guías amplias para clases o Dinámicas de grupo.

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Divorcio, nuevas nupcias, adulterio, fornicación, bautismo de divorciados, carta de divorcio, leyes romanas sobre matrimonio y divorcio. Lista, con enlaces.

 

Esposos israelitas, con divorcios y matrimonios previos efectuados según la ley mosaica, presentes en el día de Pentecostés, en Jerusalén. ¿Debían disolver sus matrimonios como condición para ser bautizados bíblicamente?

 


Esposos israelitas. www.lovettfineart.com

 

Algunas afirmaciones y planteamientos para su análisis

 

Referente a una categoría particular de parejas judías casadas que hubiese formado parte de la gran multitud que se reunió en Jerusalén en el día de Pentecostés, a saber, las que hubiesen contraído matrimonio, uno de los cónyuges, o ambos, una vez o múltiples veces, divorciándose una vez o múltiples veces por razones que no fueran el adulterio, y casándose de nuevo una vez o múltiples veces, siguiendo estrictamente, cada vez y toda vez, las instrucciones del Antiguo Testamento, afirmo, confiadamente, que estaban presentes ahí en Jerusalén aquel día con matrimonios válidos ante el Dios que había establecido las leyes sobre matrimonio-divorcio-nuevas nupcias para Israel, su pueblo escogido de aquel tiempo. Esto lo tengo como un hecho claro, fuerte y poderoso; una realidad sólida. Respetuosamente, preguntaría al lector estudioso y objetivo: ¿Asentiría usted a que se trate de un hecho, o negaría que se trate de un hecho?

Teniendo lo que he afirmado como un hecho obvio e irrefutable, también afirmo que aquellos matrimonios, específicamente identificados, no debían disolverse a fin de que las partes –esposa y esposa- pudieran ser bautizadas bíblicamente. Habían sido contratados en conformidad con la ley del Antiguo Testamento, siendo pues, en aquel contexto, sagrados, aprobados por Jehová Dios y la sociedad israelita. Por lo tanto, las partes que los componían no tenían nada de qué arrepentirse, en cuanto a su estatus matrimonial, ya que no habían cometido ningún error, ningún pecado. Estimado lector, ¿está usted de acuerdo en que no tenían de qué arrepentirse en lo concerniente a cómo se habían casado, se habían divorciado no por adulterio y se habían casado de nuevo, o está en desacuerdo?

Ahora bien, en Pentecostés, o se les permitió bautizarse sin disolver sus matrimonios, o los apóstoles, guiados por el Espíritu Santo, les exigirían disolver sus matrimonios como condición para ser bautizados. ¿Cuál de estas opciones fue implementada en el día de Pentecostés? Mi respuesta personal es que la primera opción fue implementada. Una deducción lógica fundamentada en el hecho claro y sólido ya afirmado, como también en la conclusión que descansa en referido hecho, a saber, que los cónyuges en esos matrimonios no habían cometido error alguno y que, consiguientemente, no tenían por qué arrepentirse. Querido lector, ¿cuál es su respuesta? De querer usted evaluar afirmaciones y planteamientos hechos en este estudio, sería preciso que decidiera entre las dos opciones. Y quisiera sugerirle, amablemente, que lo indicado sería decidir sin dar vueltas innecesarias, sin introducir otros puntos superfluos, pues el tema que tenemos bajo la lupa es muy exacto, teniendo sus propios parámetros muy precisos, de manera que se puede tomar una determinación sin la introducción de elementos que no vengan al caso.

Tengo a bien proceder a explorar algunas de las ramificaciones de la segunda opción apuntada en el párrafo tres, según la que los apóstoles, por el Espíritu, hubiesen exigido a los cónyuges tema de este estudio a disolver sus matrimonios como condición para ser bautizados. En tal caso, ¿qué hubiese pasado en el día de Pentecostés?

1.  En primer lugar, a los apóstoles les hubiera hecho falta un mandamiento oficial de parte del Espíritu Santo. ¿Qué, pues, pudiera haber sido la base para tal mandamiento divino? No había nada malo en aquellos matrimonios; ningún pecado. ¿Sería concebible que Dios, Cristo y el Espíritu Santo hubiesen aprobado aquellos matrimonios hasta la mañana del día de Pentecostés, entonces, en aquella misma mañana, declararlos adulterinos, inválidos, pecaminosos, porque alguna porción de la nueva ley de Cristo estaba para entrar en vigor? Con la implicación inequívoca de que los esposos y esposas que los formaban debieran separarse inmediatamente so pena de condenación eterna de no hacerlo. Parejas de adultos jóvenes. Parejas de mediana edad, con hijos. Parejas mayores de edad, con hijos, nietos y aun biznietos. Y no solo que se separaran sino que nunca se casaran de nuevo, así privándoles hasta la muerte de todos los beneficios de un matrimonio bueno. Francamente, digo que esto no es concebible para mí, descansando mi convicción en la justicia de Dios, como también en otro hecho sólido y puro, a saber: no existe, en Hechos 2, absolutamente ninguna evidencia que indicara la proclamación de tal mandamiento.

2.  Pero, asumiré que se diera tal mandamiento. ¿Entonces, qué? Lógicamente, los apóstoles hubiesen estado en el deber de comunicárselo a la multitud, respaldándolo con cualesquiera razones, detalles o instrucciones que la Deidad escogiera revelar. Ahora bien, este asunto no estaba, definitivamente, en la misma categoría con aquel gran pecado obvio de haber crucificado al Mesías, ni tampoco podía clasificarse con hurtar, mentir o asesinar, porque no había sido pecado de modo alguno, y declararlo de repente como un pecado gravísimo –de hecho, como puro adulterio- supondría la necesidad de dar explicaciones convincentes. Más sin embargo, curiosamente, no se encuentra ni la más mínima intimación de tales “explicaciones” en Hechos 2. Bueno, pero desde luego, no se relata en Hechos 2 toda la predicación de Pedro en Pentecostés, ni tampoco todos los mensajes de los demás apóstoles. Con todo, la ausencia total de cualquier referencia a un edicto tan crucial como el que está bajo consideración la interpreto, personalmente, como evidencia circunstancial bastante fuerte de que tal edicto nunca fuera dado en primer lugar. Un edicto que hubiese causado, comoquiera que se le enfoque, la destrucción de matrimonios, la destrucción de hogares, provocando convulsiones en la sociedad, exponiendo tanto a los adultos como a los niños afectados a sufrimiento incuantificable, y tornándose de inmediato en motivo para atacar a la iglesia aun antes de que naciera en aquel día de Pentecostés. Al decir “destrucción de matrimonios”, reitero que tenemos bajo escrutinio a matrimonios aprobados por Dios cuando amaneció el día de Pentecostés. Afirmo de nuevo que el estatus de aquellos matrimonies no cambió de pronto aquel día. Y tengamos presente que lo sucedido en Pentecostés no fue hecho en algún lugar solitario sino ante un público sumamente grande –decenas de miles, entonces veintenas de miles, aun cientos de miles- no solo de Jerusalén y Judea sino de todas las naciones nombradas en Hechos 2. Pues, según evidencias históricas, hasta un millón de israelitas y prosélitos, aun más todavía, venían a Jerusalén, primero para celebrar la Pascua, luego permaneciendo grandes números para la celebración de Pentecostés cincuenta días después de la Pascua. Entre una multitud tan y tan grande, ¿cuántas personas caerían en la categoría específica que estamos analizando?

-Se argumenta que no se puede comprobar bíblicamente, con evidencias indisputables, la presencia en Pentecostés de ni siquiera una pareja de esta categoría. ¿Cómo evaluar este argumento sino como un tipo de porfía? Detecto en él cierta falta de objetividad y honradez intelectual, pues cae de la mata que los judíos practicaban lo que su ley les autorizaba a practicar. A propósito, ¿cómo reaccionaron los discípulos a la enseñanza nueva de Jesucristo sobre matrimonio-divorcio-nuevas nupcias? Exclamaron, estupefactos: “Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse” (Mateo 19:10). ¿Acaso no indica esta reacción que los judíos del tiempo de Cristo practicaran comúnmente lo que permitía el Antiguo Testamento: matrimonio-divorcio no por adulterio-nuevas nupcias, aun múltiples veces.

3.  Amado predicador, maestro de la Biblia, supongamos que usted estuviera allá en Jerusalén, en Pentecostés, y que fuera encargado de dar una orientación a aquellas parejas casadas de la categoría particular que estamos considerando, con respecto a los requerimientos para ser bautizados. Tal vez unas veintenas de judíos y prosélitos estuvieran delante de usted, aun cientos, quizás más de mil. ¿Cuáles serían sus instrucciones para ellos? ¿Acaso que debieran disolver de inmediato sus matrimonios con tal de poder ser bautizados “para perdón de los pecados”? De ser así sus instrucciones, ¿cuáles serían las razones sólidas que les presentaría?

Una vez se tengan repuestas claras a las preguntas formuladas en este pequeño estudio, podríamos, entonces, tratar tal vez otras cuestiones relacionadas.

En cuanto a las afirmaciones hechas aun de forma “categórica”, aclaro que esto no quiere decir que no esté abierto a otras posibles explicaciones que ameriten consideración seria. Dios me libre de caer en el dogmatismo cerrado. Siempre estoy en busca de más luz, más amplio entendimiento, mejor comprensión, no deseando echar más leña al fuego de temas controvertidos sino aportar para la unidad de la fe. Las controversias no me llenan. Amo la unidad tal cual enseñada por Cristo y sus apóstoles.

 

 

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Afirmaciones contrarias a las expresadas leerían más o menos como sigue. “En el día de Pentecostés, en Jerusalén, aquellos matrimonios judíos de la categoría identificada –es decir, con previos matrimonios, divorcios y nuevas nupcias conforme a la ley mosaica- perdieron su estatus de ‘aprobados por Dios’ tan pronto comenzaran los apóstoles a predicar, temprano en aquella mañana, el evangelio de Cristo. Desde ese momento en adelante, Dios los catalogaba de ‘matrimonios adulterinos, desaprobados, ilegítimos’. Por lo tanto, los cónyuges que componían tales matrimonios debían separarse como condición para ser bautizados, no importando cuánto tiempo llevaran de casados, ni cuántos hijos, nietos o biznietos tuvieran, como tampoco la disolución de sus hogares, con todo el sufrimiento emocional, espiritual y material concomitante. Esto es así, pese a que no se registre ninguna declaración apostólica al respecto en Hechos 2, teniendo presente que no todo lo que predicaron los apóstoles en Pentecostés está relatado en referido texto. De todos modos, no se puede probar que tales matrimonios estuvieran presentes en el día de Pentecostés, en Jerusalén.” El que esté dispuesto a no solo hacer suyas semejantes afirmaciones sino también a defenderlas está, desde luego, en la libertad de intentarlo.

 

 

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