Juicios y destinos espirituales
Parte 2
Más textos, preguntas y análisis
El juicio que comienza
con la casa de Dios
1 Pedro 4:17-19
“Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador? De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.”
“…la casa de Dios”
“Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros…” ¿Qué es “la casa de Dios”? El apóstol Pedro la identifica en la próxima cláusula de su oración, diciendo “nosotros”. O sea, los cristianos. Ya había explicado que se trata de una “casa espiritual” (1 Pedro 2:5). El apóstol Pablo dice que esta “casa de Dios” es “la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15), también enseñando que el Padre ha puesto a su “hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza” (Hebreos 3:6). Así que se trata de un juicio que comenzara específicamente para la casa-iglesia de Dios. Mediante las dos preguntas “¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?”,y, “¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?”, se implica un juicio también para los que “no obedecen al evangelio”, al igual que para “el impío y el pecador”, pero sin indicar el apóstol Pedro el tiempo para tal juicio.
“…ES TIEMPO…”
¿A cuál “tiempo” se refiere Pedro en su oración? “…ES tiempo…” Tiempo presente. No el tiempo presente de hoy día sino el tiempo presente de cuando escribió Pedro la primera epístola que lleva su nombre. Probablemente, entre los años de 60 a 65 del siglo I, durante el reinado del infame emperador romano Nerón. “Ya ha llegado el tiempo en que el juicio comience por la propia familia de Dios…” es la traducción de la versión Dios Habla Hoy. Ya, en aquel tiempo, treinta años, hasta treinta y cinco años, después del establecimiento de la primera congregación en Jerusalén, en Pentecostés del año 30.
“…el JUICIO…”
¿De qué “juicio” se trata? Pues, de un juicio que se iniciara de treinta a treinta y cinco años después del establecimiento de la casa-iglesia de Cristo en el año 30 del siglo I. Así que, no se incluyen en este juicio a los cristianos que murieran en el Señor desde Pentecostés del año 30 hasta la fecha para la primera epístola de Pedro, la cual, repetimos, oscila entre el 60 y el 65 del siglo I. Por consiguiente, no se trata, lógicamente, del juicio de los cristianos individuales a efectuarse enseguida, “después de la muerte” física del cuerpo carnal de cada uno (Hebreos 9:27), ya que Dios no exceptúa a ninguno de tal muerte ni del juicio que la sigue.
Entonces, ¿de qué “juicio” se trata? Del juicio sobre la casa-iglesia de Dios, en su calidad de institución espiritual establecida en la tierra, en un tiempo determinado precisamente, a saber: la década 60 del siglo I, de la Era Cristiana. “…es tiempo…” Tomando la libertad de parafrasear lo que escribe Pedro, es como dijera él:
“Ya han pasado treinta años desde que la iglesia fuera establecida. Estamos viviendo tiempos malos y peligrosos para nosotros la iglesia en todo el Imperio Romano. Un hombre depravado y desalmado ocupa el trono en Roma. Se llama Nerón. ¿Qué hemos logrado? ¿Qué es nuestro estado espiritual? A estas alturas, ¿cuánta fe, cuánta madurez, tenemos? Es hora de pasar juicio sobre nosotros. De someter a juicio nuestro temple espiritual, nuestra verticalidad, nuestra santidad, nuestra fortitud”.
En este contexto, en este sentido, “comenzar juicio” equivale a “iniciar una evaluación independiente, rigorosa y totalmente imparcial” de un pueblo, de una institución, de la entidad que sea. En este caso, el “pueblo” es el pueblo cristiano, el “pueblo adquirido por Dios”, la “nación santa” (1 Pedro 2:9-10), y como “institución” o “entidad”, pues, “la casa de Dios”, la cual es “la iglesia del Dios viviente”.
El JUEZ
¿Qué juez inicia y efectúa el juicio de esta naturaleza? El más capacitado y con más derecho sería el Arquitecto y Dueño de la casa-iglesia, Dios el Padre. Jesucristo, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre, Sumo Sacerdote de la iglesia, su Salvador, y su Cabeza, habiendo recibido del Padre “toda autoridad” sobre la iglesia, igual capacidad y derecho tendría de juzgarla en cualquier momento. ¿Quién más independiente, rigoroso y totalmente imparcial que Dios el Padre y su Unigénito Hijo, Jesucristo? La interacción de los dos, mediante el Espíritu Santo, y de este, principalmente mediante los apóstoles, con la casa-iglesia en el siglo I se manifiesta plenamente en el libro de Hechos de Apóstoles, escrito por el médico amado, Lucas, como, además, en las epístolas y los libros que componen el resto del Nuevo Testamento.
El juicio sobre la iglesia de ÉFESO en el año 95 d. C.
Por cierto, ejemplos clásicos y vivos de tal juicio divino sobre congregaciones particulares los tenemos en las siete cartas enviadas por Cristo a las siete iglesias de Asia, tal y cual aparecen en los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis, con el preámbulo en el capítulo 1. Cartas dictadas por Cristo y entregadas más o menos en el año 95 del siglo I a aquellas siete iglesias, aproximadamente treinta años después de revelar el apóstol Pedro lo del juicio a punto de comenzar.
Consideremos someramente el contenido de la carta enviada a la casa espiritual-iglesia de Cristo en Éfeso, gran ciudad, la segunda del Imperio Romano, capital de la provincia romana de Asia. Apocalipsis 2:1-7, citados, a continuación, los versículos del 1-5.
Preámbulo
En Apocalipsis 1:11, el “Alfa y Omega”, o sea, el Cristo glorificado a la diestra de Jehová, coronado “Rey de reyes y Señor de señores”, y teniendo “toda potestad… en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18-20), ordena al apóstol Juan a escribir en un libro las visiones que iba a recibir y a enviar el libro a las siete iglesias de Asia.
Manifestándose a Juan como el Hijo de Dios glorificado, se para en medio de siete candeleros, sosteniendo en su derecha siete estrellas. Explica a Juan que los siete candeleros simbolizan las siete iglesias (congregaciones) de Asia, y que las siete estrellas representan a los ángeles, es decir, a los mensajeros, de aquellas iglesias. Sin más preámbulo, ordena a Juan: “Escribe al ángel de la iglesia en Éfeso:
Cristo se identifica para la iglesia en Éfeso, resaltando su autoridad y poder:
“El que tiene las siete estrellas en su diestra, el que anda en medio de los siete candeleros de oro, dice esto:
Alaba lo bueno que tiene la iglesia en Éfeso.
2 Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; 3 y has sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has desmayado.
Pasa juicio contra la iglesia.
4 Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor.
Amenaza con castigar severamente a la iglesia.
5 Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.”
Su amenaza no fue meramente retórica o vacía, pues tenía poder de hacer caer a la iglesia en Éfeso. De humillarla. De hacerla menguar hasta desaparecer. Con el mismo poder con el que podía levantar, sostener o derrumbar reyes y reinos seculares. Mediante manipulaciones de fuerzas culturales-sociales-políticas-filosóficas o intervenciones providenciales a través de desastres de la naturaleza, etcétera. Quitar su candelero de su lugar. Porque no iluminara con la luz potente de la “sana doctrina” y la “santidad” sin mancha o arruga.
Por cierto, la historia del cristianismo confirma que, durante los primeros tres siglos de la Era Cristiana, cientos y cientos de congregaciones establecidas por casi todos los territorios extensos del gran Imperio Romano, o fueron erradicadas por fuerzas opositoras mundanas-seculares o fueron consumidas por la “apostasía” profetizada por el Espíritu Santo (1 Timoteo 4:1-5; 2 Timoteo 4:1-4; 2 Tesalonicenses 2:1-12), perdiendo casi totalmente los rasgos originales que las identificaran como casa espiritual-iglesia de Cristo. Para ellas en especial, las denuncias, los juicios y las sentencias se multiplican en el libro de Apocalipsis, con creciente intensidad y severidad.
Cinco de las siete iglesias de Asia fueron juzgadas con el mismo rigor, o más.
Esta fotografía es de la Iglesia de Cristo en Silver Springs, Maryland.
Juicio a cualquier congregación en
cualquier lugar o tiempo
Comprendemos, pues, que el tipo de juicio anunciado por Pedro no solo comenzó en los 60 d. C. sino que fue efectuado en otros tiempos y lugares. No variando ni menguando la potestad o el poder de Cristo durante su reinado sobre el Reino espiritual que pertenece tanto a él como al Padre (Efesios 5:5), se deduce que él puede efectuar tal juicio en cualquier congregación de su iglesia, no importando el lugar o el tiempo.
Se selecciona la congregación y se fija el tiempo para el juicio.
Se estudia el historial de la congregación y se examina exhaustivamente su estado actual en todos los aspectos importantes según el dechado para la iglesia concebido por Dios y su propósito para ella en todas sus ramificaciones.
Se prepara un resumen muy detallado de su caso.
Su caso es sometido a un juicio absolutamente objetivo y completo, no quedando nada tapado, disimulado, escondido o encubierto, ni habiendo posibilidad alguna de engaño de parte de la iglesia bajo juicio.
Se escriben los hallazgos y conclusiones del Juez, el cual es totalmente insobornable y a quien no se le escapa ningún detalle.
Se recomiendan correcciones específicas, las que son presentadas como absolutamente necesarias y no negociables, acompañadas de penalidades de las más severas por incumplimiento. Por ejemplo, volviendo sobre el caso de la iglesia de Éfeso:
“(1) Recuerda… de dónde has caído… (2) arrepiéntete… (3) haz las primeras obras; pues si no, (4) vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido.”
Se explica que estos procedimientos son tan solemnes y exigentes porque están en juego la salvación de almas, como, además, la reputación y el honor del Dueño de la iglesia, al igual que de su Cabeza y Salvador.
La “caña semejante a la una vara de medir” es la nueva “ley de Cristo” (1 Corintios 9:21), o “ley de la fe” (Romanos 3:23), “la perfecta ley, la de la libertad” (Santiago 1:25), el Nuevo Testamento de Cristo.
El juicio sobre la iglesia a principios del “poco de tiempo”
Todavía otro ejemplo de tal juicio lo encontramos en Apocalipsis 11:1-2. “Entonces me fue dada una caña semejante a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses.”
El “templo de Dios” durante la Era Cristiana es la casa espiritual-iglesia de Dios. Un “edificio, bien coordinado… un templo santo en el Señor” (Efesios 2:19-21).
La “caña semejante a la una vara de medir” es la nueva “ley de Cristo” (1 Corintios 9:21), o “ley de la fe” (Romanos 3:23), “la perfecta ley, la de la libertad” (Santiago 1:25), la “palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23-25), la única “regla”(Filipenses 3:16) exacta y perfecta con que medir el “templo de Dios”.
El “templo de Dios” también es representada en el texto como “la ciudad santa”. La "ciudad santa" es la iglesia verdadera, llamada también la "Jerusalén de arriba" (Gálatas 4:26) y la "ciudad amada" (Apocalipsis 20:9).
El adverbio “Entonces…” introduce el parámetro de “tiempo”. ¿Cuándo se le mandó al apóstol Juan a medir “el templo de Dios”? Esto ocurre durante el tiempo que cubre la Sexta Trompeta, o Segundo Ay, revelación que empieza en Apocalipsis 9:13 y termina en Apocalipsis 11:14. Precede de inmediato la visión de los “dos profetas” y los eventos culminantes que señalan el fin del mundo y del tiempo mismo. Por lo tanto, colocamos la medición del “templo de Dios-casa espiritual-iglesia de Dios”más o menos al principio del temible “poco de tiempo”que comienza al finalizarse los “mil años” y concluye con Armagedón, guerra espiritual cuyo desenlace explota repentinamente cuando “fuego del cielo” desciende sobre los enemigos de Dios, consumiéndolos (Apocalipsis 20:7-10). Etapa sumamente crítica para los fieles del “templo de Dios-casa espiritual-iglesia de Dios”, pues se oponen a ellos, persiguiéndolos, las huestes engañadas por Satanás, saliendo él del abismo con gran ira contra Dios y su pueblo (Apocalipsis 11:7-10). En anticipación del “poco de tiempo”, conviene medir:
Al “templo de Dios”, o sea, la iglesia de Dios -su doctrina y organización.
Al “altar”, es decir, a los “sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo”, los que trae el nuevo “sacerdocio santo” constituido por Dios según el “nuevo pacto” (1 Pedro 2:4-10; Hebreos 7:12).
Y “a los que adoran en él”, tratándose de todos los cristianos que rinden loor a Dios.
Una exposición detallada de Apocalipsis 11:1-2 se halla en: www.editoriallapaz.org/apocalipsis_trompeta_6_Escena3_varademedir.htm
Conviene juzgar la calidad de su fe, su compromiso, su fidelidad a Cristo y la perfecta ley; además, la fuerza de su espíritu de lucha contra todo mal. Revisar su armadura espiritual, sus actitudes ante un mundo cada vez más hostil, su voluntad de resistir, no importando las consecuencias materiales o físicas. Esto, y mucho más. ¿Qué tan preparada está la iglesia para las duras pruebas a la vista? ¿Y cada miembro en particular? ¿Cuál es el verdadero estado espiritual del pueblo de Dios que revela la rigorosa medición de todos los componentes esenciales del gran templo espiritual? Lo revela el JUICIO que se le hace a todos los sacerdotes espirituales -se trata de todos los cristianos, varones y mujeres, jóvenes, adultos y ancianos- que componen el “sacerdocio santo” que profesa servir y honrar a Dios.
Para este caso de la medición del templo-iglesia de Dios a principios del “poco de tiempo” no se nos comunica informe alguno sobre los resultados. Ningún resumen, como en el caso de la iglesia de Éfeso, ni recomendación alguna de parte del Juez.
Escrutando la visión de los “dos testigos” que sigue el mandamiento de medir, vemos que Satanás, saliendo muy airado del abismo, hace guerra contra ellos, matándolos, y deducimos que el templo-iglesia de Dios es perseguido fuertemente durante el “poco de tiempo”. Pero, interviene el Rey del Reino espiritual, transformando a los fieles perseguidos y levantándolos al cielo.
Comprendemos que los fieles y fuertes del templo-iglesia de Cristo no ceden ante la tremenda tribulación a la que son sometidos, sino que triunfan hasta el fin. Por lo tanto, concluimos que tenían sí las medidas y los recursos espirituales necesarios para resistir, luchar y derrotar a sus grandes enemigos, asistiéndolos y salvándolos su Capitán invencible, pues los encontraba dignos de su intervención sobrenatural. Habían alcanzado “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13), y vestían “toda la armadura de Dios” (Efesios 6:10-20), convirtiéndose así en verdaderos guerreros espirituales formidables del Reino de Dios y de Cristo.
Se encuentra una exposición bastante exhaustiva sobre los “dos testigos” en: www.editoriallapaz.org/apocalipsis_trompeta_6_Escena4_dostestigos.htm
¡Juicio sobre SU iglesia!
Estimado lector, estimada lectora, medida su congregación así, o juzgada así, ¿cómo saldría? Y su iglesia, compuesta de todas las congregaciones y demás organizaciones que la integran, ¿cómo leería el resumen para ella de tal juicio? Juzgada estrictamente por el Nuevo Testamento, y no por credos, criterios o pareceres carentes del respaldo de este “nuevo pacto” de Cristo, ratificado de una vez para siempre por él en su rol de Testador (Gálatas 3:15; Hebreos 9:15-17).
El dilema de los que no obedecen al evangelio
Ahora bien, si el Dios Padre y Creador, juntamente con su Hijo, hecho poderoso Rey de Reyes y Señor de Señores, Plenipotenciario sobre la Iglesia-Reino durante la presente Era, así someten a juicios a su pueblo en la tierra, con sobrada razón se repiten las preguntas del apóstol Pedro que cincelan en acero candente el dilema de toda alma que no integre referido pueblo.“¿Cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?”
El “justo”, al mantenerse justo hasta el fin de sus días o hasta la Segunda Venida de Cristo, ¡se salvará! No por sus méritos sino por gracia. Por gracia, pero no sin obedecer, obrar bien y vivir piamente. Claro, “con dificultad”, es decir, con pruebas que pulen su fe, haciéndola brillar como oro puro. Pero, “aquellos que no obedecen al evangelio de Dios”, habiéndolo oído y entendido, su “FIN” el propio apóstol Pedro lo revela en su segunda epístola, 2 Pedro 3:3-7.
“…sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, 4 y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. 5 Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, 6 por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; 7 pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.”
“¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?”
“¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?”, pregunta Pedro. A menos que se arrepientan y obedezcan al evangelio a tiempo, o sea, antes de la muerte de su cuerpo físico, ¡no tendrán jamás ni nunca lugar seguro dónde pararse, ni escapatoria a la mano!
“¿En dónde aparecerán?” Aparecerán ante el Juez Cristo en el juicio ante “el gran trono blanco”, donde escucharán la sentencia para ellos -irrevocable, sin apelación- de “eterna perdición”(2 Tesalonicenses 1:5-10).
Ni Dios, ni Cristo ni justo alguno, ya ángel ya humano, desea tal fin para ellos, pero su impenitencia intransigente no ha dejado a Dios salida, viéndose en la necesidad de ejecutar en ellos su “justo juicio”.
Conclusión
“De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.” Este es el buen consejo, sabio y confortante, para los justos decididos a alcanzar la gloriosa salvación eterna, pese a lo que tengan que padecer en la carne, “según la voluntad de Dios”,para su perfeccionamiento espiritual (1 Pedro 1:6-8).
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