Vida en el cuerpo de Cristo

Por Jerry Humphries, evangelista

Lección 10

Aconsejando y animando a personas que tienen problemas

Introducción

Los problemas de algunas personas son de tal naturaleza que se requieren los servicios de un consejero profesional. Sin embargo, en ciertos aspectos morales-espirituales, aun los cristianos que no hayan adquirido adiestramiento profesional pueden brindar consejería constructiva. Esto es así porque todos los principios de la sana consejería tienen su fundamento en las Sagradas Escrituras. La Biblia proporciona directrices correctas para alcanzar felicidad tanto en esta vida como en la vida venidera eterna (Salmo 119:105; 2 Timoteo 3:16-17; Juan 8:32). La Palabra de Dios es poderosa (Hebreos 4:12), efectuando cambios positivos en corazones y vidas humanas. La Biblia es el fruto de la mente infinita y omnisciente de Dios creador del hombre, sabiendo él lo que más nos conviene y amándonos profundamente.

Casi todo cristiano está capacitado para prestar atención a los problemas de las gentes, y brindar amor, simpatía y ánimo, como también ayudar a aplicar a la vida cotidiana las enseñanzas de la Biblia. Referente a este tipo de ministerio, algunos son más dotados que otros.

Al varón constituido anciano [obispo de una congregación] le corresponde, de manera especial, la responsabilidad de enseñar y guiar a otros cristianos. Así que, debería procurar, con particularidad, mejorar su habilidad de aconsejar. Igualmente, a las ancianas se les dice que enseñen a las mujeres jóvenes sobre el matrimonio y relaciones familiares (Tito 2:3-5).

I.  Características de consejeros cristianos efectivos.

El factor más significante que afecta la salud mental de cualquier persona es su relación con Dios. De manera que no podemos aconsejar eficazmente a otros, ni siquiera acerca de esta verdad, si no tenemos nosotros mismos una relación buena con el Señor. Por cierto, el maestro cristiano efectivo hace el rol de buen modelo (1 Timoteo 4:12).

Es imprescindible el amor genuino por la gente. La persona promedio es capaz de detectar si le tenemos, o no, sincero afecto. Se dice que a la mayoría de las personas no le importa cuánto conocimiento tengamos hasta no cerciorarse de cuánto nos preocupemos, y esto es muy cierto. Una actitud de comprensión y compasión es esencial si queremos ayudar a muchas personas a luchar contra sus pecados y tristezas. Podemos odiar el pecado y defender firmemente la verdad, sin manifestar una actitud severa o criticona. No hay persona que amara la piedad y odiara la maldad más que Jesús; sin embargo, en su trato con algunas personas muy pecaminosas, él fue manso y compasivo. Ejemplo de ello es la mujer sorprendida en el acto mismo de inmoralidad sexual (Juan 8:3-11). Él granjeó fama como “amigo de publicanos y de pecadores” (Mateo 11:19). Socializaba con personas que los líderes religiosos tenían por “intocables”, siendo su móvil el de socorrer a los que necesitaban de él (Mateo 9:10-13). En Jesús se manifestaba la plenitud de Dios. Las gentes pecaminosas que le observaban y escuchaban se daban cuenta de su santidad, su amor por la verdad, su odio hacia el pecado. Se sentían atraídas a él porque era obvio que se preocupaba genuinamente por ellas, ansiando brindarles socorro. Podían percibir su calor humano y compasión. En todo esto, urge que los cristianos sean más como Cristo. El que busca ayuda para lidiar con sus problemas suele recurrir a alguien que le caiga bien, a alguien que respete, a alguien que, según confía, se preocupe verdaderamente por él.

Podemos ayudar, de forma más eficaz, a otros seres humanos a adquirir actitudes positivas si nosotros mismos disfrutamos, en lo personal, de buena salud mental. De hecho, confiando en el Señor y siguiendo sus enseñanzas, podemos nosotros ser felices, no importando las circunstancias de la vida (2 Corintios 1:3-4; Romanos 12:12; Filipenses 4:11-13). Esto mismo nos coloca en una posición para proveer consejos sanos que ayuden a otros a hacer frente a sus propios problemas.

Es útil en extremo tener conocimiento de la naturaleza humana y entender por qué las personas piensan y actúan como lo hacen. Asimismo, tener buen juicio, frecuentemente llamado “sentido común”. En gran medida, el buen juicio es desarrollado mediante las experiencias de la vida. Naturalmente, las personas mayores han tenido más oportunidades para aprender de la vida. Su sabiduría es invaluable. Según la Biblia, Dios también promete dar sabiduría a los que se la pidan en oración (Santiago 1:5).

II.  Algunas directrices en torno a aconsejar.

¡No sermonear sino escuchar! (Santiago 1:19) Contar con alguien que les escuche figura entre las necesidades más grandes de personas atribuladas. Hablar acerca de su problema sirve de terapia. Escuchar usted, pues, con empatía (identificándose con el estado de ánimo de otro), en lugar de mera simpatía (lamentando el estado de ánimo de otro). “Intercambiar mente” con la otra persona. Ponerse a sí mismo en su situación. Intentar pensar y sentir como ella. Escuchar usted mismo a su propio “tercer oído”, es decir, esforzarse para discernir el verdadero sentido de lo que dice la persona que acude a usted en busca de socorro. A fin de lograr esto, es necesario considerar el trasfondo de la persona. Conviene prestar mucha atención a tonos de voz, expresiones faciales y el lenguaje corporal. También es importante prestar atención a los propios sentimientos suyos al escuchar usted lo que está diciendo la persona. Además, manifestar que usted está escuchando a la persona por medio de mirarle atentamente, asentir o negar con movimientos de su cabeza y comentar brevemente, de vez en cuando, sobre lo que está diciendo, a la vez teniendo el cuidado de no interrumpir.

Tener presente el que, frecuentemente, lo que dice la persona inicialmente no descubre el problema principal. Pueda que, al principio, el problema principal sea demasiado embarazoso o doloroso como para abordarlo enseguida. En algunos casos, la persona ni siquiera sabe lo que sea su problema principal. En adición, es posible que la persona disimule porque tenga dudas acerca de la actitud, la competencia o la confidencialidad del consejero. Comúnmente, el verdadero problema sale al descubierto solo después de pasar bastante tiempo.

Concentrar en un solo problema a la vez. No intentar tratar múltiples situaciones simultáneamente. No entremeterse en áreas que no sean las particulares bajo consideración.

Ser paciente. No precipitarse hacia alguna solución. A la mayoría de las personas les hace falta períodos de transición para asimilar ideas, identificar sus problemas, clasificarlos y efectuar cambios necesarios.

No divulgar información de índole confidencial. Compartir tal información con terceras personas bien pudiera perjudicar seriamente a la persona aconsejada, como también dañar la reputación del consejero, privándole, posiblemente, de futuras oportunidades para socorrer a otros.

Ser puro y discreto. No tomar ventaja de la debilidad o vulnerabilidad de la persona afligida. Estar alerta a señales indicativas de que usted y la persona que aconseja estén envolviéndose el uno con el otro emocionalmente. Ser especialmente sabio y tomar mucha precaución al brindar consejería a personas del sexo opuesto. A menudo, Satanás se ha valido de tales situaciones para hacer que caigan buenos cristianos. A consecuencia, hogares han sido devastados, corazones quebrantados y buenas influencias destruidas. En muchos casos, sería mucho más apropiado que una dama joven fuera aconsejada por una hermana en Cristo competente, fiel y madura (Tito 2:3-5).

Ser realista en cuanto a sus limitaciones. No intentar tratar situaciones cuya naturaleza sea tal que sus cualificaciones no le capacitan para proveer orientación. Algunos problemas requieren la intervención de consejeros profesionales. En cuanto a estos, el que sea fiel cristiano sería mucho más competente para brindar consejería. Aquellos consejeros que no creen ni practican enseñanzas bíblicas, hacen, frecuentemente, más daño que bien a los que reciben sus consejos. Las perspectivas y los métodos de consejeros cristianos difieren grandemente de los que los descreídos siguen, siendo inmensamente superiores.

III.  Ayudando a personas descorazonadas o deprimidas.

Dichos tales como ¡Anímate¡ ¡Pon tu frente en alto!”, o “¡Sé fuerte! ¡Esfuérzate! ¡Sé valiente! No te des por vencido”, resultan de poco valor para los que están desalentados. Las siguientes directrices, basadas en la enseñanza bíblica y sanos principios psicológicos, han sido útiles para muchas personas necesitadas de consejos sabios.

1.  Creer que Dios siempre le ama. Sus problemas y dolores le preocupan grandemente (Juan 3:16; Mateo 6:25-30). Nada –ni siquiera la muerte misma- puede separar a los cristianos fieles de su amor (Romanos 8:35-38).

2.  Entregar sus problemas a Dios y confiar que él provea la ayuda que usted necesita (Salmo 55:22; 1 Pedro 5:6-7). La Biblia ofrece mucho confort y ánimo a los que demuestran fe en Dios, obedeciéndole. Algunos ejemplos de textos relevantes son: Salmo 23; Isaías 26:3; 40:23-31; 66:13 y 2 Corintios 1:3-4.

3.  Aceptar la ayuda que brinden otros. Abrirse a ellos. Sucede, demasiadas veces, que cuando estamos afligidos, excluimos a otras personas de nuestra vida. No pensar que usted sea el único que haya confrontado los problemas que le atribulan. Otros tienen cargas parecidas. Todos experimentamos problemas en ocasiones.

4.  Tener presente el que raras veces las cosas son tan malas como aparentan ser.

5.   Recordar que las circunstancias, tal cual el tiempo, cambian. Después de las nubes negras, sale el sol.

6.  Ocuparse en actividades interesantes y significantes. De ser posible, en algo que requiera ejercicio corporal. La salud emocional y la salud física están relacionadas estrechamente. Ejercitarse físicamente estimula la circulación de la sangre, y hace que el cuerpo suelte sustancias positivas tanto para la salud emocional como para la corporal.

7.  Concentrarse en ayudar a otros. Enfocar las cargas y necesidades de otros seres humanos da por resultado desviar nuestra atención de problemas personales.

8.  Aprender a disfrutar el buen humor, a reírse más. Esta medicina es de la mejor (Proverbios 17:22).

IV.  Confortando a los que están de luto.

Al acercarse a una persona que acaba de experimentar la muerte de un ser querido, no es preciso decir mucho, pues la presencia suya comunica, efectivamente, su pésame. Proyectar usted calma, ya que esto mismo tiende a disminuir tensiones. Expresar brevemente su amor y simpatía. Algunas cosas que suelen decirse no ayudan; al contrario, añaden al dolor, entre ellas, los siguientes clichés: “El tiempo sana heridas”; “Eventualmente, se olvidará usted de estos momentos”; “A Dios le plació llevarse a él (a ella)”; “A él (ella) no le agradaría que usted estuviera lamentando su partida”. Al fallecer un ser querido, el dolor es normal. Derramar lágrimas sirve de terapia. También recordar al difunto, hablando de su vida. Permitir usted que el enlutado tome la iniciativa en la conversación, trayendo cualquier tema que quisiera abordar. No pensar usted que sea su deber “alegrar a la persona afligida”.

Las personas que están de luto necesitan mucha atención y amistad después del funeral. Suelen sentirse a solas. A menudo, la realidad de lo ocurrido se hace sentir aún más después del funeral, asestando de repente un golpe durísimo. En muchos casos, los afectados se ven obligados a hacer múltiples ajustes de gran envergadura, y echar al hombre grandes responsabilidades para las cuales no se encuentran preparados. Les hace falta ventilar sus emociones en presencia de familiares o amistades comprensivos. Frecuentemente, necesitan establecer nuevas relaciones.

V.  Cómo animar a personas enfermas.

Al visitar a personas físicamente enfermas, ser alegre y optimista, pero evitar hablar duro o ser bullicioso. Ser sensible a su condición y discreto en sus expresiones o acciones. Tener cuidado de no manifestar una reacción negativa a su condición o apariencia mediante tonos de voz o expresiones faciales. Abundar usted sobre sus propias enfermedades o problemas no consuela al enfermo. Ni tampoco señalar que otros seres humanos estén sufriendo de condiciones aún peores. Conversar sobre cosas amenas y positivas de interés al enfermo. Compartir con él algún texto bíblico u otros recursos que infundan ánimo. Orar con él, si así el enfermo lo desea.

Conclusión

Siempre hará falta consejeros profesionales diestros, pero no es menos cierto que cualquier cristiano fiel puede ayudar a otras personas a aplicar principios bíblicos a sus problemas. En muchas situaciones, esto es suficiente. Tratándose de personas con problemas tan complejos que no pudiéramos ayudarles, nuestro deber sería referirlas a consejeros profesionales que sean cristianos fieles.

 

Preguntas para reflexionar y discutir

1.  ¿Qué es la fuente de sanos principios de consejería? ¿Por qué provee esta fuente el mejor consejo?

2.  Tratándose de cristianos fieles, ¿en qué materia particular son competentes de brindar consejos a otras personas?

3.  Anotar y discutir algunas características del consejero eficaz.

4.  ¿Por qué es importante escuchar atentamente a la persona que acude a usted en busca de consejos?

5.  ¿Por qué es tan importante no divulgar asuntos confidenciales?

6.  ¿Qué debería hacer usted al darse cuenta de que no está preparado para tratar los problemas de la persona que acude a usted en busca de ayuda?

7.  Identificar y discutir algunas expresiones buenas que podamos dirigir a la persona descorazonada o desconsolada.

8.  ¿Cuál es la manera más eficaz de comunicar nuestro pésame a una persona que está de luto?

9.  Identificar y discutir algunas cosas inapropiadas dichas a personas que están de luto.

10.  En no pocos casos, al enlutado le hace más falta la compañía de familiares y amigos después del funeral que antes. ¿Por qué?

11.  ¿Cómo deberíamos comportarnos al visitar a los que están enfermos físicamente? ¿Qué podemos hacer o decir para animarlos?

 


 

Lección 11

  

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