“Preciosas y grandísimas

PROMESAS”

 

 

 “Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas
por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria
y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas,
para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina,
habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo
a causa de la concupiscencia.”
 

2 Pedro 1:4

 

¡Lo perdido recuperado, con creces increíbles!

 

I. Al reflexionar el ser humano pensante y serio sobre las condiciones de la creación material y espiritual, bien pudiera dudar de la bondad, el amor y el poder del Dios Supremo que hizo existir todo lo que conocemos.

A. Muchos ángeles caídos guardados “bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Judas 6).

B. La mayoría abrumadora de los seres humanos enfilados por el camino “espacioso… que lleva a la perdición” (Mateo 7:13).

C. Naciones, pueblos, sociedades, hogares y corazones plagados por Inmoralidad, iniquidad, violencia, sufrimiento, enfermedades y muerte.

D. El reino animal lleno de violencia, enfermedades y muerte.

E. El planeta Tierra, con todos sus recursos, azotado por incesantes desastres climatológicos grandes y pequeños, terremotos, tsunamis, contaminación, etcétera.

1. Todo lo vivo, ya sea carnal o vegetal, se envejece y muere. El árbol más alto y majestuoso, la hermosa mariposa cuya vida dura apenas pocas horas, el enorme elefante, toda flor, toda hierba y también todo ser humano. No existe nada vivo que no muera tarde o temprano.

2. La tierra misma, juntamente con todo el universo, se apresuran hacia el punto en el tiempo cuando desaparecerán. Esto lo aseguran científicos que ni creen en Dios.

a) ¡Qué panorama más sombrío!

b) ¡Cuántas condiciones quisiéramos eliminar, o al menos mejorar! De creaciones que se han vuelto tan imperfectas. De ambientes amenazantes y peligrosos.

c) Dios, ¿por qué permite usted tanto deterioro y destrucción en su propia obra?

¿Qué la culpa la tengamos nosotros y los ángeles caídos por haber elegido no vivir conforme a los designios de la Deidad para nosotros, no conformándonos a su voluntad sino optando por seguir la nuestra y rechazando el rol que usted nos asignó en su creación?

Pues bien, somos culpables, algunos más que otros. Pero, ¡nuestro castigo es realmente terrible! Soportamos y sufrimos todo lo que hemos señalado a grandes rasgos, sin haber apuntado cada mal físico, mental, emocional o espiritual que sufrimos a través de nuestra existencia, apenas pasando siquiera un día sin dolor de alguna índole, sinsabores, preocupaciones, temores, etcétera.

Considere tan solo la lista de achaques, defectos congénitos y enfermedades que afectan a nuestro cuerpo físico. ¡La misma es larguísima! Muchísimos nombres latinos de infinidad de males corporales. Desde un simple dolor de cabeza hasta feísimos y dolorosos cánceres incurables.

Y la lista de enfermedades psíquicas, emocionales o espirituales, ¡ni hablar!

Luego, ¡la muerte! ¡Acabamos muriéndonos!

Ciertamente, ¡grande es nuestro castigo. Estamos rodeados de deterioro y muerte, obligados, además, a enfrentarnos a la evaluación de nuestra vida en el juicio programado por usted.

¡Tanta pérdida sufrimos! ¡Pérdidas incalculables!

Dios, ¿ha pesado usted todas nuestras pérdidas tan catastróficas?

De acuerdo, en esta tierra también estamos rodeados de mucha belleza, impresionantes obras diseñadas y creadas por usted, como además asombrosa abundancia y variedad de vida. Desde la constelación de Orión hasta las flores silvestres de los prados verdes. Desde el venado en la selva hasta la pareja humana en su casa. Procreándose y multiplicándose continuamente. Estamos más que agradecidos por todo lo que nos trae placer y hace fascinante nuestra vida. Mas, sin embargo, tras todo ello, y aun en medio de ello, obran el deterioro y la muerte, hecho que diluye notablemente nuestro disfrute de su creación, de manera que a menudo la tristeza se mezcla con el gozo y la felicidad, y más todavía al cruzar por nuestra mente la visión de nuestra propia dimisión.

¿Es cierto que recompensará usted todas nuestras pérdidas, y con creces, con tal que nos arrepintamos y hagamos su voluntad?

“Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotrosLa cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor, hecho sumo sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec” (Hebreos 6:16-20).

Gracias, infinitas gracias, por esta incomparable promesa, confirmada “por dos cosas inmutables”. Entendemos que “su consejo” es inmutable. También su “juramento”. ¿Qué es “su consejo”? Todo el Nuevo Testamento de su Hijo, ¿cierto?, incluyendo todas sus promesas. Por “inmutables” entendemos “irrevocables, incambiables, incuestionables, indiscutibles o no negociables”.

A causa de nuestras enormes pérdidas y múltiples flaquezas humanas, estábamos desorientados, desconsolados y deprimidos, pero ¡ya no! Aferradamente, nos asimos “de la esperanza puesta delante de nosotros” y crece dentro de nosotros un “fortísimo consuelo” al contemplar la segura recuperación de todo lo que habíamos perdido.

Sabiendo que nada meritorio hay en nosotros, nuestra profunda gratitud no tiene límites.

II. Lo perdido recuperado, con creces increíbles, con tal de que obedezcamos “a la verdad, mediante el Espíritu” (1 Pedro 1:22).

A. Perdimos la inocencia y se corrompió nuestro espíritu. Pero, los justos, es decir, los justificados en Cristo y por él, serán “hechos perfectos” (Hebreos 12:23).

B. Perdimos la salud y la inmortalidad del cuerpo físico, debilitándose, enfermándose y muriendo esta maravilla de la creación divina. Este mismo cuerpo carnal no lo vamos a recuperar, sino que recibiremos un cuerpo muy superior preparado como morada eterna para el espíritu hecho perfecto.

Incorruptible, glorioso, poderoso y espiritual. El cuerpo de esta tribulación “se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual” (1 Corintios 15:42-44).

El nuevo cuerpo será “un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1-10), y, qué conste, no aquí en la tierra.

Este “cuerpo de la humillación nuestra” será transformado “para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”, es decir, semejante al cuerpo actual del Cristo glorificado, “por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Filipenses 3:20-21). Esto lo confirma el apóstol Juan al escribir: “Amados… aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).

C. Perdimos el privilegio de habitar el paraíso terrenal llamado el “Edén”. Aquel mismo Edén no será restaurado sino que Dios está preparando un nuevo Paraíso para los que le aman, el que se describe en Apocalipsis 22.1-5.

D. Perdimos acceso al “árbol de la vida en medio del huerto”. Pero, el justo perfeccionado tendrá acceso a un nuevo “árbol de vida”“En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida.” La ciudad aludida es la nueva “gran ciudad santa” (Apocalipsis 21:9-27), y el río es el que sale “del trono de Dios y del Cordero” (Apocalipsis 22:1-2).

E. Perdimos la dicha de tener al Creador literalmente a nuestro lado en esta tierra, como cuando Dios “paseaba en el huerto, al aire del día” (Génesis 3:8). Sin embargo, al Dios hacer “nuevas todas las cosas”, “él morará con ellos”, es decir, con los justos perfeccionados“y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios” (Apocalipsis 21:1-7).

F. Perdimos la bendición de no tener que trabajar obligatoria o forzosamente para sostener la vida material. El trabajo, el afán y el estrés son el pan nuestro de cada día. Pero, se pronunció “la promesa de entrar en su reposo” los leales a Dios. “Queda un reposo para el pueblo de Dios” (Hebreos 4:1-11), no tratándose del reposo del séptimo día sino del reposo que se disfruta una vez terminadas las labores de esta existencia. “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Apocalipsis 14:13).

G. La mayoría de los seres humanos anda por sendas escabrosas o calles sucias y hostiles. Contrasta con su pobre e insegura condición las riquezas inconcebibles que el Creador promete a los que lo respetan y obedecen. “…una patria… celestial”, y una “ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:9-16). En cuanto a la nueva “gran ciudad santa de Jerusalén” proyectada para la tierra nueva, “su fulgor era semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal… Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente como vidrio” (Apocalipsis 21:9-27). Además, asegura el Señor, “en la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Juan 14:2), una morada cómoda y bellísima para cada alma “otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 1:11).

H. Perdimos nuestra dignidad, honra y gloria. Pero, al que persevera “en hacer el bien”, buscando “gloria y honra e inmortalidad” Dios le pagará gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego, porque no hay acepción de personas para con Dios” (Romanos 2:6-11).

I. Toda la raza humana perderá al planeta Tierra como lugar “de su habitación” (Hechos 17:26), ya que será totalmente eliminada, pasando “con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pedro 3:10-14). No recuperaremos esta tierra, pues, siendo temporal, llegará a su fin (2 Corintios 4:18). Pero, Dios está preparando “cielo nuevo y una tierra nueva” para los que le aman, obedeciendo a su Palabra (Apocalipsis 21:1-32 Pedro 3:10-14).

J. En fin, lo grandioso y glorioso prometido al ser humano que vuelve su cara hacia Dios, obedeciendo a su voluntad tal como expresada en el Nuevo Testamento, sobrepasa por muchísimo lo que perdió. Ciertamente, Dios “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina”. Por lo tanto, lejos de airarse contra Dios, pelear contra él, culparle por lo que está pasando en la tierra, amargarse o deprimirse, lo razonable es que cada uno haga suya “la esperanza puesta delante de él”, haciéndola su “segura y firme ancla del alma”.

1. “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3).

2. Todo aquel que cree en Cristo, se arrepiente de sus pecados y su bautiza “para perdón de los pecados” (Hechos 2:38) es acreedor a la esperanza que Dios ofrece a toda alma sincera y obediente.

 

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