“Vendrá tiempo cuando… se amontonarán maestros
conforme a sus propias concupiscencias”.
2 Timoteo 4:1-5
Análisis
Viviendo los tiempos cuando grandes multitudes de los que profesan seguir a Dios y Cristo no sufren “la sana doctrina”, tienen “comezón de oír” y se amontonan “maestros conforme a sus propias concupiscencias”.
El apóstol Pablo escribe al evangelista Timoteo…
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo… que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.”
2 Timoteo 4:1-5
Santiago advierte a los cristianos…
“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros,
sabiendo que recibiremos mayor condenación.”
Santiago 3:1
Tienen “comezón de oír”.
Comezón: “Desazón o desasosiego causados por la impaciencia o la preocupación.” (Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.) [Los diccionarios citados en este escrito se encuentran en www.thefreedictionary.com.]
-Hoy día, en el mundo religioso del cristianismo, particularmente en el de pentecostales y evangélicos, existen montones de oyentes llenos de desazón o desasosiego.
Desazón. “Sentimiento de disgusto o intranquilidad causado por una alteración física o moral.” (Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.) fig. “Disgusto, pesadumbre. Molestia o inquietud.” (Diccionario Enciclopédico Vox 1. © 2009 Larousse Editorial, S.L.)
Montones de oyentes disgustados con todo mensaje espiritual o doctrina que no responda a sus deseos religiosos-espirituales-materiales; a sus propios criterios o proyecciones sobre lo que significa ser “cristiano”. Que no tienen conocimiento de “la sana doctrina”, y por ende, en su ignorancia espiritual la rechazan, sin saber siquiera lo que están rechazando. No pocos hasta se mofan de la mera idea de “sana doctrina”, repitiendo, como el papagayo, lo que han escuchado a otros decir, al efecto de que “la doctrina no importa; no salva”. Como si uno pudiera alcanzar la salvación sin saber y obedecer “la doctrina de Cristo” (Hebreos 6.1). “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:16). Enfáticamente, “doctrina” es vinculada a “salvación” en estas palabras del apóstol Pablo para el evangelista Timoteo.
Montones de oyentes intranquilos por las alteraciones religiosas-espirituales que están experimentando, sin poder evaluar bíblicamente lo que están experimentando, pues desconocen gran parte de “la sana doctrina”, para no decir casi toda.
Respetado lector, tales disgustos, tal intranquilidad de mente y espíritu, no conducen a la salvación del alma. Más bien, constituyen tropiezos grandes para el aprendizaje de “la sana doctrina”, sin la cual nadie puede saber qué hacer para ser salvo. “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu…” (1 Pedro 1:22). Claramente, “la obediencia a la verdad”, sinónima de “sana doctrina”, es necesaria para la purificación del alma, contándose el sacrificio expiatorio de Jesucristo y la fe en él entre las verdades-doctrinas más grandes del Nuevo Testamento, sin excluir o rendir innecesarias otras verdades-doctrinas también reveladas e impuestas por la Deidad, por ejemplo, el arrepentimiento genuino y el bautismo por inmersión “para perdón de los pecados” (Hechos 2:37-38), como, además, la perseverancia “hasta la muerte” en santidad y sumisión a la “buena voluntad de Dios agradable y perfecta” (Apocalipsis 2:10; Romanos 12:1-2).
Así que, entre las masas de pentecostales, evangélicos y sus simpatizantes de actualidad, montones de oyentes impacientes o preocupados, en busca afanosa y agitada de maestros (pastores, pastoras, predicadores, evangelistas) que llenen sus expectativas, las que son dictadas por sus propias concupiscencias. Qué conste: no impacientes para aprender “la sana doctrina”, ni preocupados por “la sana doctrina”. En su impaciencia y preocupación para satisfacer, religiosamente, sus propias concupiscencias, ¡no sufren “la sana doctrina”! “No sufren” significa, en este contexto, no tolerar, no suportar, no querer oír “la sana doctrina”, oponerse a ella. Tal es la profecía del apóstol Pablo, por el Espíritu, en 2 Timoteo 4:1-5, y tal es la realidad alarmante de lo que está ocurriendo en estos días del Siglo XXI.
Desasosiego. “Falta de tranquilidad o de sosiego.” (Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.) Algunos sinónimos de “desasosiego” son: inquietud, intranquilidad, ansiedad, desazón, malestar, incomodidad, desatiento, preocupación. (Diccionario Manual de Sinónimos y Antónimos de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.)
En el tiempo presente del Siglo XXI, montones de oyentes intranquilos, inquietos, ansiosos. No por aprender y acatar “la sana doctrina” sino para encontrar a maestros religiosos que les digan lo que quisieran escuchar, conforme a los deseos personales que los incentivan a escuchar mensajes de índole religiosa-moral-espiritual.
Amado lector, la paciencia es una virtud excelente, figurando entre los frutos del Espíritu (Gálatas 5:22). En cambio, la impaciencia suele precipitar a conclusiones erróneas y acciones peligrosas, tanto en la vida secular-material como en la espiritual.
El intranquilo, inquieto o ansioso su mente no acostumbra funcionar con claridad y objetividad. Tampoco su espíritu busca de Dios con calma, amando y deseando la verdad divina sobre todo sentimiento, ilusión o egoísmo personal. Al contrario, lo vemos brincando de iglesia en iglesia, procurando la efímera “bendición del Espíritu”. Cambiando de pastor cada rato, hasta encontrar a uno que satisfaga su “comezón de oír” lo que su propio corazón haya concebido, religiosamente, como lo deseable, como “del Espíritu Santo”. Sin tener conocimiento correcto del Espíritu Santo y sin haber adquirido el conocimiento bíblico que capacita para discernir entre, por un lado, “la sana doctrina” y, por el otro, “doctrinas diversas y extrañas” (Hebreos 13:9).
“La sana doctrina.” ¿Qué cosa es? Realmente, no le importa, o muy poco. Lo que busca con una ansiedad incontenible, con entusiasmo exagerado y mal encaminado, es “la bendición”. Que hable lenguas angelicales. Que caiga en éxtasis. O que comience a prosperar fenomenalmente. O que de pronto se curen todas sus enfermedades. Acaso lea la Biblia mayormente para encontrar expresiones o eventos que respalden su propio concepto distorsionado de “evangelio, la bendición del Espíritu, una relación personal para con Dios, la salvación”. Tergiversando o mal interpretando quizás mucho de lo que lee, sacándolo de contexto, dándolo algún significado “espiritualizado” fantástico, todo en el intento de forzar que se ajuste a sus propias concupiscencias.
“…vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina.” Tiempo que estamos viviendo en esta segunda década del Siglo XXI. Señal inconfundible del tiempo actual.
“…sus propias concupiscencias”
Concupiscencia. “Deseo de bienes y placeres materiales, especialmente deseo sexual, generalmente desordenado o exagerado.”(Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.) “Hablando de los placeres considerados deshonestos: incontinencia, sensualidad y liviandad.”
Así pues, multitudes de cristianos profesos, más los muy numerosos simpatizantes de ellos, impulsadas por el “deseo de bienes y placeres materiales”. Incontinentes, sensuales, livianos, desordenados, exagerados. ¿No es esto mismo lo que estamos viendo en estos días del Siglo XXI, especialmente en los dominios de pentecostales y evangélicos, pero también, aunque el por ciento sea menos, en los de protestantes y católicos romanos?
¿O estoy viendo espejismos? ¿Imaginando escenarios religiosos-espirituales-morales-materiales que no existan en realidad?
Pero, ahí están las evidencias por dondequiera, a simple vista. Aun gente no convertida, incluso ateos y personas muy corruptas, las ven, señalando desdeñosamente el tipo de cristianismo que está predominando en estos días. ¡Muchísimos maestros religiosos –pastores, evangelistas, apóstoles, apóstolas, profetas, profetisas, sacerdotes- descaradamente deseosos “de bienes y placeres materiales”! Maestros que se lo dicen a voz en cuello, sin rubor alguno de vergüenza, a sus multitudinarios oyentes eufóricos, los que tienen una fuertísima “comezón de oír” predicaciones a tono con sus propias concupiscencias. “¡Queremos ser ricos! ¡También ustedes tienen derecho a ser ricos! ¡Reclamen sus riquezas! ¡Echen mano de sus riquezas! ¡Dios es rico! ¡Jesucristo es rico! ¡Son los dueños del universo! ¡Quieren que sus hijos en la tierra sean ricos!”
Livianos en su mensaje. Predicando “prosperidad, sanidad, dieta perfecta, superación personal, dominio del mundo material y político”. Sembrando falsas esperanzas. Exagerados en su entusiasmo desbordante. Llenando los aires de griterías, con estilos de retórica a lo secular-mundano. ¿Y por qué no, pues, en esencia, son vendedores de todo lo que satisfaga sus propias concupiscencias, al igual que las de sus oyentes? Motivadores, de la misma estirpe de sus contrapartes en el renglón empresarial secular. Pero, tristemente, no son predicadores de “la sana doctrina”. Esta, pues, no la sufren.
“…conforme a sus propias concupiscencias.” Reiteramos: conforme a sus deseos “de bienes y placeres materiales, especialmente deseo sexual, generalmente desordenado o exagerado”. Y por ahí en cientos de miles de escenarios “cristianos” de actualidad, ¿qué se ve y qué se escucha?
-De nuevo, apuntamos: el evangelio de prosperidad. Y abundamos…
-Contratos con Dios para enriquecerse
-Que Cristo es el Príncipe del universo, y, por consiguiente, sus seguidores tienen derecho de vivir como príncipes en la tierra.
-Dar el diezmo para recibir diez veces más, o cien veces más.
-Organizaciones piramidales dentro de las iglesias y los movimientos independientes para promover negocios materiales que enriquezcan materialmente a todos los participantes, principalmente a sus iniciadores.
-Pastores y pastoras que viven como reyes y reinas en términos de sus posesiones materiales.
-Amor descarado al dinero, al lujo. No importa que “la sana doctrina” dicte: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:9-10). ¿A quién le importa “doctrina”? “¡Quiero ser rico hoy!” “El cristiano pobre es un perdedor”, dicen maestros religiosos que predican lo que sus oyentes quieren escuchar, aquellos que tienen “comezón de oír”.
-“¡Quiero tener poder y dominio ahora!” Pues, ahí están los maestros (predicadores, evangelistas, pastores, “apóstoles” y “apóstolas”) predicando el “evangelio del dominionismo”. Para satisfacer el deseo de poder, dominio y fama que codician las multitudes de oyentes, los que de “sana doctrina” no saben nada, ni siquiera los conceptos más fundamentales del verdadero evangelio de Cristo. Por ejemplo, el que dice, en palabras del verdadero Maestro: “Mi reino no es de este mundo… mi reino no es de aquí” (Juan 18:36). Pero, ellos quieren reinar aquí, en la tierra, ¡ahora mismo! Conquistar negocios, grandes compañías seculares, posiciones ejecutivas, escaños políticos. Hacerlos suyos. Mandar y reinar en la tierra. Almas impacientes, incontinentes, materialistas. Que acomodan, con artimaña astuta, lo material a lo espiritual, y no “lo espiritual a lo espiritual”, siendo más “naturales” que “espirituales” (1 Corintios 2:13-16).
-El deseo exagerado de salud física también encabeza la lista de lo que buscan los que tienen “comezón de oír”, como si la salud física fuera el sello del Espíritu Santo, y no la salud espiritual. No importa que los hermanos Pablo (2 Corintios 11:23-29), Timoteo (1 Timoteo 5:23) y Epafrodito (Filipenses 2:25-30) se enfermaran, aun hasta la muerte. “¡No tenían suficiente fe! El cristiano enfermo tiene algún pecado secreto. Dios quiere que sus hijos estén en perfecta salud.” Así dicen no pocos maestros atrevidos, amontonados conforme a las concupiscencias de sus oyentes. Hasta a semejante exageración osada han llegado en su exuberancia desenfrenada por “doctrinas diversas y extrañas”.
La concupiscencia incluye: “…especialmente deseo sexual, generalmente desordenado o exagerado”.
Montones de maestros religiosos, no pocos de ellos desordenados en su vida sexual. ¡Claro! ¿Cómo negarlo? Los desórdenes sexuales están rampantes entre maestros religiosos empeñados en satisfacer sus propias concupiscencias. Maestros que también seducen verbalmente a sus oyentes; y en no pocos casos, aun carnalmente. Oyentes con “comezón de oír”, que están arrebatados por su propio sensualismo y materialismo. ¿Por qué comentarlo más o traer evidencias? Toda persona informada sabe que eso es así. Para vergüenza de todo aquel que está real y sinceramente comprometido a honrar a Dios y su verdadera iglesia por medio de una conducta moral intachable.
“…se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias”
Amontonarse maestros y maestras
Amontonarse. “Reunirse en un lugar un conjunto numeroso de personas o animales de manera desordenada.” “Amontonar se refiere a cosas muy numerosas o en gran cantidad… Aglomerar da, como amontonar, la idea de poner unas cosas sobre otras, o junto a otras, sin orden ni concierto…” (Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.)
Las multitudes de actualidad que tienen “comezón de oír” se amontonan maestros.
Maestros de toda categoría. Maestros (predicadores, pastores, etcétera) con “doctrinas diversas y extrañas” (Hebreos 13:9). ¡Verdaderamente extrañas! Como algunas mencionadas anteriormente, las que contradicen verdades explícitas del “nuevo pacto” de Cristo, sinónimo de “la doctrina de Cristo” (2 Juan 9-10).
¡Maestros religiosos dondequiera! Hoy por hoy, ¡cientos de miles en ciudades, pueblos, centros comerciales, urbanizaciones, barriadas, barrios, aldeas, hogares privados! Sin exagerar el número. Que imparten sus “doctrinas diversas y extrañas” en todo tipo de tribuno, desde la catedral más lujosa hasta arboledas al aire libre. Que utilizan todo medio de comunicación, particularmente medios electrónicos, aun los más sofisticados, tales como el Internet y Facebook.
Echando un vistazo hacia atrás a través de toda la historia de la Era Cristiana, parece cierto que no haya habido en ninguna etapa tantos maestros religiosos en proporción a la población como en el día de hoy. Ciertamente, señal de los tiempos que vivimos, pues se está cumpliendo ante nuestros ojos la profecía de 2 Timoteo 4:1-5.
Maestros religiosos para todo gusto.
Maestros que satisfagan toda concupiscencia.
Maestros que complazcan a todo tipo de oyente.
Maestros amontonados, compitiendo por espacio, ovejas y la lana de estas. En algunos lugares, hasta tres o cuatro en la misma manzana. Cada uno con su doctrina diferente. Desde judaizantes centrados más en el Antiguo Testamento que en el Nuevo, hasta tipos carismáticos, o no tan carismáticos, que abogan la bigamia. Desde personas muy graves en su porte hasta payasos de púlpito y tarima.
Muchísimos maestros amontonados desordenadamente en los anchos predios del cristianismo. Unos juntos a otros, en términos físicos o geográficos, pero “sin orden ni concierto”, pues no pertenecen a la misma iglesia ni enseñan la misma doctrina. Claro, los que son enviados por la misma organización eclesiástica se supone que enseñen la doctrina de la organización a la cual adhieren, y en este contexto, tendrían la misma doctrina. Pero, existen, en la actualidad, miles y miles de iglesias distintas en el cristianismo, más gran número de movimientos y líderes religiosos independientes no afiliados. De ahí, la tremenda confusión que impera en el cristianismo, la que iniciativas ecuménicas jamás logran disimular sino en grado insignificante.
Mucha gente que no sabe “la sana doctrina” se gloría grandemente por esta enorme proliferación de maestros religiosos que estamos observando en el tiempo presente. Pero, los que “en la enseñanza” mostramos “integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de” nosotros (Tito 2:7-8), comprendemos que estamos viviendo, recalco, el cumplimiento de la profecía del apóstol Pablo en 2 Timoteo 4:1-5.
Además, tenemos presente la advertencia de Santiago: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Santiago 3:1). De manera que recibirán “mayor condenación” las hordas de maestros religiosos de actualidad que, obviando “la sana doctrina” de Cristo y los apóstoles, enseñan lo que ellos mismos, impulsados por sus concupiscencias personales, quisieran que fuera verdad, como también lo que agrada a las masas que tienen “comezón de oír” lo que armonice con “sus propias concupiscencias”.
Preferible sería que mengue el número de maestros a que aumente el número de los que enseñan “como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:9).
Cerramos este inquietante análisis repitiendo la exhortación del apóstol Pablo al evangelista Timoteo. “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:16). Añadiendo la del apóstol para el también evangelista Tito: “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina” (Tito 2:1).
Querido lector, ¿ama usted la verdad? 2 Tesalonicenses 2:10-12. ¿Ama “la sana doctrina”, la “buena doctrina” (1 Timoteo 4:6)? Qué se escuche su voz por encima del clamor, de la cacofanía, de los montones que no sufren “la sana doctrina”, predicando estridentemente y practicando con entusiasmo desbordante “doctrinas diversas y extrañas”. Hay espacio en esta Web para su aportación bien pensada y edificante.
Las señales de los tiempos. Lista de numerosas para el tiempo presente identificadas y comentadas.
Documentos e intercambios sobre el evangelio de prosperidad
Comentarios sobre las dos epístolas a Timoteo
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