¿Qué es lo inteligente?
Mensaje por George Riechehoff,
predicador y maestro de la
Iglesia de Cristo en
Bayamón, Puerto Rico
Si una persona lo llamara a usted “un tonto”, usted se sentiría mal, ¿no es cierto? ¡Desde luego! Aunque, a veces, hacemos cosas tontas, no nos gusta que alguien nos etiquete con el término “tonto”.
Pero, resulta que Dios tiene que decirnos muchas cosas acerca de quién es inteligente y quién es tonto. Y lo que Dios dice es razonable.
Bien nos dice continuamente que es sabio o inteligente seguir sus mandamientos, rechazando las tentaciones del diablo. Miles y miles de hombres pueden testificar que esto es verdad. El pecado nunca cumple sus promesas de color de rosa. El que sigue sus invitaciones de vida fácil y de placer finalmente despertará entre espinas de dolor, bebiendo del cáliz amargo de los remordimientos. Muchos, entonces, se dicen: “¡Qué tonto he sido! ¡Qué tonto!”
¿Es inteligente burlarse del pecado?
Para muchos hombres, no hay nada sagrado ni santo. Dios, la religión, la Biblia, Cristo –todos son puestos en ridículo. Se hacen bromas, y el pecado parece ser regocijadamente chistoso. Tales actitudes se ven frecuentemente representadas por los comediantes de televisión, en películas, libros, revistas, y también en canciones. Estas personas se burlan del pecado, revelando que ignoran la gravedad del mismo.
Sin embargo, la idea de que el pecado está de moda y hacer el bien es cosa fea no ha tenido su origen en el siglo XXI. Hace mucho tiempo que Dios descubrió y nombró tales actitudes. “Los necios se mofan del pecado” (Proverbios 14:9). “El hacer maldad es como una diversión al insensato” (Proverbios 10:23). ¿Quién se divierte en muchos círculos sociales de la actualidad? La persona que hace maldad.
¿Es sabio sembrar una cosa,
esperando poder cosechar otra?
Supongamos que usted observe a alguien sembrando unas semillas de plátano. Usted le pregunta: “¿Qué hace usted?” Y él le responde: “A mí me gustan las naranjas, y quiero cultivar esos árboles”. ¿Qué diría usted? Posiblemente, contestaría, diciéndole: “¿Cómo puede ser tan insensato? ¿Acaso no sabe que si desea cosechar naranjas, debe plantar semillas de naranjas?”
Todo el mundo sabe que los plátanos no dan naranjas. Sin embargo, el hombre aún cree que en el mundo espiritual es diferente, pensando que, al sembrar el mal, puede cosechar el bien. “El que siembra una vida llena de pecado, cosechará una eternidad de bendiciones.” ¡Qué pensamiento tan necio! Gálatas 6:7 dice: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
¿Es inteligente segar los frutos del pecado?
Puesto que no hay duda de que el ser humano cosecha lo que siembra, no sería sabio segar los frutos del pecado.
1. El temor es fruto del pecado.
Adán experimentó el temor como primer fruto del pecado. Él mismo dijo a Dios: “Tuve miedo” (Génesis 3:10). Alguien podría decir: “Yo siempre hago lo que quiero, y no tengo temor”. Esta es una jactancia vana y vacía. “Huye el impío sin que nadie lo persiga” (Proverbios 28:1). ¿Por qué? Porque su propio corazón le condena, y teme que su maldad pueda haberse descubierto. “Mas el justo está confiado como un león” (Proverbios 28:1).
Nosotros no tememos a las leyes porque las obedecemos, y, por otro lado, el que constantemente viola las leyes tiene que temer siempre, pues existe la posibilidad de que lo aprisionen y castiguen por su desobediencia. Lo mismo es verdad en el Reino espiritual. Dios nos hizo con una conciencia; nos dio un sentido para distinguir entre el bien y el mal, sentimiento que está colocado en el interior de todo ser humano. Los animales no poseen estos sentimientos, pero aún las gentes más primitivas tienen una sensibilidad moral, un concepto de lo que es correcto, aunque su conocimiento sea limitado y su entendimiento pervertido.
2. La vergüenza es fruto del pecado.
Adán pronto se dio cuenta de que la vergüenza sigue el pecado, y así para toda persona que tiene la habilidad de distinguir entre el bien y el mal (Génesis 3:10).
3. El remordimiento es fruto del pecado.
Cuando Esaú disfrutó de su potaje, no pensaba en la angustia que le envolvería más tarde al darse cuenta de la gravedad de su pecado. Esaú lloró, clamando con una muy grande y muy amarga exclamación, pidiendo a su padre que borrase los resultados de su conducta tonta y pecaminosa (Génesis 25:29-34; 27:34-38).
No es posible que algo ocurrido sea como si no hubiese ocurrido. Cuando Pedro negó a Cristo, parece ser evidente que no vio de antemano los remordimientos que le hicieran llorar luego tan amargamente (Lucas 22:62). Era un fruto con el cual no había contado, pero ha sido escrito para nuestra amonestación a fin de que podamos evitar los mismos errores.
4. Detestarse o menospreciarse a sí mismo es fruto del pecado.
Aunque David se había arrepentido de su pecado, no pudo borrarlo de su mente. “Mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 51:3). Sus sentimientos estaban desnudos y descubiertos en su propia descripción, que rompe el corazón (Salmo 38:1-8).
Un hombre que sabía que no vivía rectamente dijo: “Menosprecio el hombre que veo cada mañana en el espejo, pero no puedo huir de él. Él está en todo lugar donde yo esté, y no es mejor hoy que ayer”. Uno no puede huir de sí mismo. Por esta razón, el ser humano debe desarrollar una personalidad de la cual no ha de huir.
5. Un espíritu angustiado es fruto del pecado.
El pecado nos roba de paz de la mente. El temor, la culpa, los remordimientos, detestarse a sí mismo –todo ello se junta para producir una enorme tormenta dentro del hombre, pues “los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto y sus aguas arrojan cieno y lodo” (Isaías 57:20). “No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos” (Proverbios 13:15). Verdaderamente, “el camino de los transgresores es duro”. “Mas el que oyere, habitará confiadamente, y vivirá tranquilo, sin temor del mal” (Proverbios 1:33).
6. Un sentimiento de futilidad es fruto del pecado.
Aunque Salomón buscó la felicidad, tratando de disfrutar todo lo que el mundo podía ofrecerle, llegó a esta conclusión: “Todo es vanidad y aflicción de espíritu” (Eclesiastés 1:14). En su interior, se sentía vacío, mal e insatisfecho.
7. La desesperación es fruto del pecado.
Todos los frutos del pecado pueden madurarse y producir un total desaliento. Muchos se han suicidado. Uno de ellos fue Judas. Lo gigantesco de su pecado le produjo un peso insoportable. En vez de regresar al Señor arrepentido de su pecado, se fue y se ahorcó. Y así destruyó su propio cuerpo y alma. Así fue el fin de una vida que comenzó con el Señor, pero que en algún lugar saliese del camino recto por atender las promesas de color de rosa de Satán.
Este problema es tan agudo en nuestro tiempo, que el suicidio ha llegado a ser la segunda causa de muerte entre la juventud universitaria de los Estados Unidos de América. Un estudio reveló que el noventa por ciento de los estudiantes universitarios de los Estados Unidos no tiene contacto alguno con iglesias o alguna religión formal. Esto significa que aún aquellos que crecieron en hogares religiosos han abandonado su entrenamiento religioso anterior, y tratan de llevar una vida significativa sin Dios. No nos sorprende que muchos terminen desesperados. Demasiado tarde se dan cuenta que esto no es posible. No teniendo la respuesta, tratan de escapar de los problemas que son muy grandes para ellos.
¿Es sabio destruir nuestros cuerpos?
Cuando ignoramos las leyes físicas establecidas por Dios, no hacemos daño a nuestro Hacedor. El daño nos lo hacemos a nosotros mismos. Y esta actitud no es sabia. He aquí otra consecuencia inevitable del pecado.
Tal vez esté usted cansado de oír a los predicadores decir: “No beban licores, no fumen, no usen drogas que causan daño”. Los predicadores no inventan estas restricciones simplemente para tener algún material informativo para sus sermones. Dios le dijo primero. Por ejemplo, nuestros cuerpos no han sido hechos para ser usados como máquina consumidora de alcohol. ¿Cómo lo sabemos? Porque nuestro Creador nos advierte, diciéndonos lo que ocurre si los maltratamos. Él dice que las bebidas fuertes traen miseria y aflicción, heridas sin causa, ojos hinchados y enrojecidos, tambaleo y vómitos. El bebedor se hace necio a sí mismo, pervirtiendo su juicio, provocándose a sí mismo a hablar cosas perversas. Las bebidas embotan finalmente las sensibilidades espirituales hasta que ya “no miran la obra de Jehová” (Isaías 5:11-12). Si esto acontece, uno se hace inútil para la vida eterna en el cielo. Por esa razón, vemos por qué un Creador amante nos amonesta a no embriagarnos. Esto es para nuestro bien. Tal conducta no solo destruye el cuerpo, sino también el alma (Gálatas 5:21).
¿Es sabio destruir nuestras almas?
El pecado da muchos frutos amargos en la vida. El fruto más trágico, desde luego, es la condenación eterna (Mateo 25:46). Todo lo que poseemos nos será quitado algún día, o nosotros lo dejamos atrás. Entonces, lo que quedará es lo que somos –“ el hombre interior”. ¿Es sabio o tonto asegurar el bienestar de la única parte nuestra que seguirá existiendo en la eternidad? Por ello dijo Dios: “Mas el que peca contra mí, defrauda su alma” (Proverbios 8:36). “Prenderán al impío sus propias iniquidades, y retenido será con las cuerdas de su pecado” (Proverbios 5:22).
Conclusión
Es tonto y no inteligente rechazar al agua de vida (que es Cristo mismo). Si usted no toma una decisión inteligente es como un pez fuera del agua. El pez fuera del agua se muere. Usted sin Cristo se muere espiritualmente, trayendo destrucción sobre usted mismo. ¿Es eso inteligente?
Dice la Biblia: “Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma” (Marcos 8:36).
¿Quiere usted ser inteligente o un necio?
Escribe George Riechehoff
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