Pentecostalismo. Muchísimos documentos en esta Web.
El rol de la mujer en la iglesia. Estudios en esta Web.
Querida dama pentecostal, le suplicamos encarecidamente que sea usted lo más objetiva posible al leer este pequeño estudio. Dios sabe que no tenemos ninguna intención de herir su ego, o mucho menos su preciosa alma. En términos generales, la mujer es tan inteligente como el varón. Su valor ante Dios no es menos que el del varón. Con todo, pese a la popular filosofía de la “igualdad de los sexos en todo”, los expertos en varias ciencias aseguran que diferencias notables distinguen tanto a la mujer como al varón cuando de percepciones, inclinaciones, metas, gustos o reacciones se trata. Casi cualquier “tendencia o inclinación” puede volverse peligrosa. ¿Se inclina el varón demasiado hacia la insensibilidad? ¡Cuidado! ¿Se inclina la mujer demasiado hacia la subjetividad o la emotividad? ¡Cuidado! Estas “inclinaciones” nos impactan no solo en la vida material o social sino también en la espiritual. Consabido es que el varón tiende a ser menos “religioso” que la mujer. No debe ser así. En cambio, la mujer tiende a ser más “religiosa” que el varón. Su tendencia a la “religiosidad” no es mala, siempre y cuando la verdad divina tenga para ella más importancia que el sentimentalismo religioso, y siempre y cuando no se fanatice, pues el fanatismo tranca la maquinaria mental, obstaculizando el entendimiento, y por ende, el crecimiento. Con este preámbulo de trasfondo, procedamos a analizar por qué la mujer se destaca tanto en el pentecostalismo.
1. La doctrina pentecostal no solo permite a la mujer pentecostal a manifestarse públicamente, tanto religiosa como socialmente, sino que la insta a hacerlo.
2. Las iglesias que más participación conceden a su feligresía femenina, ¿cuáles son? Definitivamente, las pentecostales, aun desde el inicio del movimiento pentecostal a principios del Siglo XX. En el pentecostalismo, no se le niega a la mujer ningún “ministerio espiritual”. Muy pocas barreras, o ninguna, encuentra ella.
3. El mensaje pentecostal apela más a la mujer que al varón. Esto es un hecho. ¿Por qué negarlo? Le atrae más por una razón fácil de discernir, a saber, la mujer es más sentimental, sensible, impresionable y emotiva que el varón típico. A la vez, el tenor fundamental del mensaje pentecostal, como si esta religión se hubiese concebido especialmente para ella, es esencialmente sentimental y emotivo. El hábil mensajero pentecostal, igualmente la hábil “sierva”, toca las cuerdas del corazón con gran destreza, evocando sentimientos fuertes y sensaciones estremecedoras, hasta llevar al susceptible a un estado de éxtasis. Particularmente, se logra este estado con más frecuencia y éxito en “la” susceptible, pues, ¿no es cierto que la mujer tiende a ser más “susceptible” a lo emocional que el varón? Por naturaleza. He aquí una de esas “tendencias” de las que, no frenadas, suelen exponer al peligro y dolor, tanto en el plano espiritual como en el social o matrimonial. Desde luego, ser sentimental, sensible o emotivo no es malo, siempre y cuando estas inclinaciones no predominen en la vida, siendo más bien controladas por el intelecto alumbrado y guiado por la luz de la verdad divina.
-Por su naturaleza innata femenina, la mujer pentecostal es más propensa a “hablar lenguas”, “profetizar”, “bailar” o “desplomarse en éxtasis” que el varón.
-Cualquiera de estas manifestaciones que manifieste la mujer se interpreta como evidencia incuestionable de la presencia del Espíritu Santo en ella.
-Si lo que ella hace o dice es del Espíritu Santo, ¿cómo prohibir o cohibir a ella el uso de sus “dones” en la “iglesia” o los campos evangelísticos? Asimismo razonan los líderes y teólogos pentecostales, tanto varones como mujeres. Esta “teología del bautismo del Espíritu Santo derramado sobre varones y mujeres por igual” abre paso a las mujeres pentecostales, librándolas de cualquier traba y colocándolas a la par de los varones en todo “ministerio” o función. De ahí que se encuentran muchas mujeres al frente del pentecostalismo: pastoras, profetizas, evangelistas, reverendas, fundadoras de iglesias, movimientos o concilios, presidentas de distintas organizaciones dentro del pentecostalismo, etcétera. Se hacen “generales espirituales”, peleando hasta más ferozmente que los varones contra “Satanás y los demonios”. Mandan y dominan; hacen y deshacen. Presiden. Gobiernan. Llevan la voz cantante. Dirigen. A la verdad, las mujeres pentecostales son el “corazón palpitante” del pentecostalismo, constituyendo una mayoría sustancial de sus integrantes y la principal fuerza pujante que mantiene al movimiento con vida.
-Se observa en muchas mujeres pentecostales casadas otra “tendencia” peligrosa: no solo mandan y dominan en “su iglesia” sino también en el matrimonio y el hogar. Si derecho tienen de mandar y dominar en la iglesia, pues, ¿por qué no en el matrimonio o el hogar? “Esos varones pusilánimes, que no sienten el ‘fuego’ como nosotras. Las mujeres somos más entregadas y más capaces. ¡Siéntese ahí, hermanito! Que yo tengo las riendas. ¡Cállese! Nosotras las mujeres tenemos más soltura para predicar a Jesús.” Y el varón flojo de convicción o carácter, ¿cómo responde? Ya usted sabe: como un hombre humillado y domado.
-Frecuentemente, este espíritu, o mentalidad, se lleva de la iglesia al hogar, donde la esposa y madre que ha hecho suyo tal espíritu se vuelve “mandona”, imponiendo agresivamente su propia voluntad. La “vida espiritual” de la familia gira en torno a ella, valiéndose ella de su “fuerza moral” para convertirse en cabeza del esposo y del hogar. En tal caso, el esposo tiene varias opciones, entre ellas: (1) someterse a su mujer, (2) reñir con ella constantemente asuntos matrimoniales o del hogar, (3) marcharse de la casa, quedándose solo, (4) marcharse de la casa, buscando a una compañera más humilde y comprensiva o (5) permanecer en la casa, pero recurrir a otra mujer, o mujeres, en busca de consuelo y apoyo para su ego lastimado.
-El “espíritu de mandar” que el pentecostalismo infunde en sus mujeres, ¿cuántos matrimonios y hogares ha destruido? ¿Cuánta infidelidad conyugal ha provocado, aun en el seno de las iglesias del movimiento? ¿Cuántos varones humildes, deseosos de preservar su matrimonio y hogar, han sido desvestidos de su autoridad, perdiendo aun sus rasgos varoniles? Son incontables los males atribuibles directamente al “espíritu de mandar” que la mujer pentecostal típica tiende a abrazar con júbilo extático, y documentados ampliamente los “escándalos sexuales”, aun entre “pastores y pastoras”, que brotan con frecuencia alarmante en iglesias pentecostales. Usted lo sabe, ¿no? Denegarlo sería esquivar realidades.
4. Saboreando la mujer tanta “libertad” en las iglesias pentecostales y acogiéndose a tantos “derechos”, ¿es cosa extraña que su ego se infle proporcionalmente o que se apodere de la autoridad, o dominio, que se le concede? Se somete al “Espíritu que la mueve”, sube al “altar” pentecostal, toma el micrófono en sus manos femeninas, cuenta emotivamente su “testimonio, sueño o visión”, conmoviendo y revolcando a los oyentes, en especial, a las mujeres, y una vez al mando de “fuerzas tan poderosas”, ¿quién la hará bajarse de su nuevo pedestal? ¿Quién osa decirle que está violando mandamientos elementales del evangelio de Cristo?
-“Señora pastora pentecostal, la posición que usted ha tomado, aunque haya sido con el consentimiento de varones pentecostales, no aparece en el Nuevo Testamento de Cristo. No hay siquiera un ejemplo de alguna ‘pastora’ nombrada por los apóstoles. La autoridad o dominio que usted ejerce, el Espíritu Santo le prohíbe tenerla. ¿Acaso nunca ha leído usted las palabras inspiradas del apóstol Pablo donde él dice: ‘No permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en trasgresión’ (1 Timoteo 2:11-14)? ‘Quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo’, enseña el Espíritu Santo en 1 Corintios 11:3. Esta organización Dios mismo la establece tanto para el hogar como para la iglesia, asignando a cada uno el rol que le place para el buen orden y funcionamiento de su creación. ¿No está usted usurpando el rol que Dios asignó al varón?”
-Al escuchar semejantes palabras, la típica pastora pentecostal estalla con censuras y reproches a granel. Está enamorada del pentecostalismo, y ¿por qué no? ¿Qué otro lugar o ámbito ofrece a la mujer tanta libertad y poder? Difícil que los suelte, diga lo que diga la Biblia. Se adueña el fanatismo. En el intento de justificar su posición y dominio, recurre al Antiguo Testamento, da rodeos a los mandamientos del Nuevo Testamento sobre el lugar y el trabajo de la mujer en la iglesia, atribuye las directrices del Espíritu Santo a la cultura del Siglo I y se apoya, sobre todo, en su “don de lenguas”, de "profecía" o el “don” que piense haber recibido. Fíjese: primero recibe lo que llama el “bautismo del Espíritu”, para luego convertirse en “mujer pentecostal muy activa”, aun en “pastora” si se empeña, no habiendo (con toda probabilidad, conforme a nuestras observaciones), estudiado o considerado sobriamente los textos del Nuevo Testamento que definen el rol de la mujer en la iglesia del Señor. Al verse obligada a confrontar las verdades de estos textos, se refugia en un bosque de porfías, argumentos infundados y presunciones insostenibles, entre estas, el fatulo “bautismo” que los pentecostales erróneamente atribuyen al Espíritu Santo. ¿Enfrentar la verdad y la realidad, efectuando los cambios indicados para ajustar su vida espiritual a la voluntad de Dios cual enseñada en el Nuevo Testamento? Quizá demasiado doloroso para la gran mayoría. Pero no para la que ama la verdad de Dios por encima de cualquier otra consideración.
Respetada dama pentecostal, ¿cuánto ama usted la verdad de Dios en el Nuevo Testamento?
El rol, los deberes y las tareas que Dios asigna a la mujer en la iglesia, el matrimonio y el hogar no son menos importantes que los asignados al varón. Difieren, pero no en valor o importancia. Quien los invierta o desprecie, bien sea la mujer o el varón, altera lo establecido por el Creador, introduciendo elementos de caos en su creación. ¿Piensa usted que semejante proceder le agrade? Al cumplir tanto la mujer como el varón los designios de Dios para ambos, todo marcha a maravilla en el matrimonio, como igualmente en el hogar y la iglesia. El incumplimiento y la rebeldía de parte de ambos han llenado a la tierra de males, abusos y sufrimientos sin fin. Le dejo con la siguiente interrogante inquietante: ¿no es cierto que el mensaje pentecostal infunde bastante rebeldía en la mujer? Rebeldía hacia el mismo Espíritu Santo, pues a pesar de invocarlo incesantemente, se rebela contra las normas que él mismo ha dado para la conducta de la mujer en la iglesia. Rebeldía contra la organización de Dios para el hogar y la iglesia. Rebeldía contra la enseñanza que pone al varón como “cabeza de la mujer”.
También, le planteo, humildemente, el siguiente reto: el amor y el afán que la mujer tiende a sentir, aun más que el varón, por la obra y las cosas del Señor, canalizados bíblicamente, pueden contribuir grandemente a la restauración de la mujer al lugar establecido para ella por Dios en la iglesia, el matrimonio y el hogar. ¿Acepta usted el reto? Usted, querida dama, usted es la persona clave. ¿Qué tal su reacción a lo que hemos traído? ¿Permitirá que sea enteramente emotiva? ¿O hará que el intelecto y la verdad de Dios prevalezcan?
Con cariño fraternal en el Señor, Homero D. Shappley de Álamo
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