En torno a la salud
“Enseñemos bien a nuestros hijos”
Bernadine Healy, M.D.
U.S. News and World
Report
www.usnews.com
Edición de septiembre 15-22, 2008. Página 64.
Las estadísticas citadas en este escrito son para los Estados Unidos de América.
“Ayudar a nuestros hijos convertirse en seres sexuales inteligentes y tiernos es vital para su futura felicidad, siendo a la vez uno de los retos más grandes de los que conciernen nuestro rol de padres. La perplejidad del sexo estriba en que es tan imponente: un poder tan grande para el bien –mas sin embargo, tan peligroso para la gente joven si esta emprende su marcha por una trayectoria equivocada. La educación sexual en las escuelas es trabada por el incesante debate sobre abstinencia total versus sexo sin riesgos. Lo que está ausente, y hace muchísima falta, es un enfoque sobre el amor y la intimidad sexual que ennoblezcan, que sean tal cual corrientes inmutables en la vida humana. Tanto como doctora como madre, no puedo menos que creer que nuestra sociedad de “todo es permisible”, en la que impulsos son saciados inmediatamente y el sexo es divorciado del amor y de la unión en todo aspecto, sencillamente no es física, emocional o espiritualmente saludable.
Si consideramos lo que están haciendo los adolescentes de hoy día, basta para hacer llorar a los padres y llevar a los proponentes de “sexo sin riesgos” a reconocer una necesidad mucho más grande que la de condones. Recientemente, el Instituto Guttmacher reportó que han tenido relaciones íntimas más del 75% de los adolescentes antes de cumplir los 19 años de edad. Y que conste: aun sexo sofisticado. Cerca del 25% de los ‘vírgenes’ de más de 15 años de edad han practicado el sexo oral. Casi todos los que han tenido coito sexual también han participado en sexo oral, y el 11% en sexo anal. En cuanto a los muchachos de menos de 15 años de edad, cerca del 14% ha tenido coito sexual, y una cuarta parte de los adolescentes ha tenido por lo menos una enfermedad transmitida sexualmente. De hecho, gente joven constituye la mitad de los diecinueve millones de casos de enfermedades transmitidas sexualmente reportados cada año. Deslices ocurren entre los que practican “sexo sin riesgos”, pese a que los muchachos conozcan el procedimiento, y los adolescentes simplemente ignoran lo de condones cuando del sexo no vaginal se trata.
Bien que sean astronómicos los riesgos de enfermedad, no podemos ignorar los peligros emocionales, como tampoco la necesidad de reintroducir la gravedad, decoro y seriedad (Nota del traductor: la autora usó la palabra ‘gravitas’.) enlazados al amor maduro y perdurable. (Desde luego, esto puede ser difícil en una cultura juvenil ligada a los medios de comunicación y desbordante de encuentros físicos casuales, aun crudamente cómicos.) Cuán difícil será forjar conexiones llenas de significado cuando juntas casuales toman el lugar de un noviazgo bien llevado, y ‘amigos con beneficios’ se tornan una nueve especie de relaciones sociales. Aquel amor que mueve montañas y hace girar al mundo es algo muy diferente; es basado en respetar y apreciar, si bien no en adorar, a otro ser humano por su valor, envuelto en el esplendor del romance y del afecto. Y me atrevo a decir que aun sueña con este amor la mayoría de la gente joven, los muchachos al igual que las muchachas.
Un mensaje a transmitirse a través de esas conversaciones íntimas entre padres e hijos es que el sexo prematuro constituye una amenaza, y que sigue siendo una amenaza más grande para las muchachas que para los muchachos. Cada año, más o menos 750,000 muchachas quedan embarazadas. Comparada con una mujer adulta, una muchacha, en quien el cuello del cerviz no está plenamente desarrollado, es más propensa a contagiar enfermedades transmitidas sexualmente, y estas bien pueden causar problemas tales como la enfermedad pélvica inflamatoria latente, la que, silenciosamente, puede acabar con la fertilidad; o referidas enfermedades pueden resultar en embarazos en las trompas de Falopio, cáncer del cerviz o de la garganta y transmisión de la enfermedad al bebé en el momento del alumbramiento. Esto no significa que los muchachos sean invulnerables; únicamente que ellos sufren menos consecuencias y no tan graves.
No importando hasta que medida nuestras hijas den por asentada su igualdad con varones, han de comprender que el sexo es distintivamente sexista. Un adagio viejo dice que los varones dan amor para tener sexo, mientras las mujeres tienen sexo para recibir amor. Algo de peso hay en este adagio. Los cerebros de los varones adolescentes arden con la libido de la hormona testosterona, mientras las muchachas experimentan un incremento de testosterona pero por cantidades notablemente menores. Por otro lado, las muchachas tienen más oxytocín, la hormona tierna, y parecen ser más sensibles a ella que los muchachos. Además, las emociones de los jóvenes están respondiendo a instintos básicos del área inferior del cerebro, la que despierta en el cuerpo sus capacidades generativas. Procurando estos impulsos gratificación instantánea, fácilmente vencen los lóbulos frontales de más sofisticación –los cuales imponen a la conducta restricciones fruto del análisis, la lógica y la conciencia- pues, por alguna peculiaridad de la naturaleza, no maduran hasta los primeros años de la tercera década de la vida esos centros, distintivamente humanos, de cognición superior. Así pues, los padres, les guste o no, no tienen opción alguna sino la de funcionar por un tiempo como los lóbulos frontales para sus hijos, y esto mismo es la causa de la perenne turbulencia juvenil.
El deber de los padres es ayudar a sus hijos, conforme al temperamento único de cada uno, a realizar sus sueños. Y los sueños dorados de un amor duradero, el cual es cultivado, para el cual se prepara y el cual se toma en serio, generalmente conducen a decisiones más sabias, alimentando cualidades tales como la empatía, la sinceridad y el compañerismo humano. No se trata de hablar siempre del sexo; más bien nos referimos a serios diálogos sobre la vida, pese a la frustración de no saber con certidumbre si –haló- alguien esté escuchándonos. Sea paciente. La primavera pasada, abrí una tarjeta de Día de las Madres enviada por mi recién casada hija, de veintiocho años de edad, con tan solo tres palabras grabadas en relieve: ‘You were right’ (‘Usted tenía razón’). Música para el corazón de cualquier madre.”
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