-La religión en Puerto Rico. Desglose de recursos en esta Web.

-Cristianos en Puerto Rico hacen obras evangelísticas y benévolas en la India, siguiendo directrices del Nuevo Testamento.

El estándar del cristianismo –iglesia, mensaje, adoración- en Puerto Rico

  
Puerto Rico. 3.7 millones de habitantes

La religión conocida comúnmente como Pentecostalismo ha crecido tanto en Puerto Rico, desde su introducción en la “isla del encanto” en 1916, en Ponce, por el joven Juan L. Lugo [www.editoriallapaz.org/pentecostalismo_llega_a_puerto_rico.htm], que se ha convertido, para muchos puertorriqueños, en el “estándar” del cristianismo, tomando precedencia aun sobre el tradicional catolicismo romano. “Estándar” quiere decir: “Tipo, patrón uniforme o muy generalizado de una cosa.” (Diccionario Enciclopédico Vox 1. © 2009 Larousse Editorial, S.L.) “…que sirve como norma de referencia para medir cosas de la misma especie” (Copyright © 2009 K Dictionaries Ltd.)

Si preguntamos: “¿Cómo debe ser una iglesia, el mensaje de la iglesia, la adoración de una iglesia, un cristiano en su diario vivir?”, muchos puertorriqueños –quizás hasta una gran mayoría- de los que están sin religión, sin iglesia, de vida netamente mundana-materialista, pensarían en una iglesia pentecostal, en un fogoso mensaje tipo pentecostal, en el culto bullicioso pentecostal, en pentecostales. También pensaría de la misma manera, muy probablemente, el católico romano o protestante que contemplara cambiar de iglesia. Parafraseando: “Si voy a cambiar, será para el pentecostalismo”, como si fuera el pentecostalismo el estándar, como si fuera la única opción. Esta percepción típica del pentecostalismo se la atribuye el que escribe a la tremenda agresividad arrolladora de los pentecostales en el país, particularmente desde los 1960 hasta la fecha –manifestada en un sinfín de campañas de “sanidad, milagros, señales, profecías, sueños, testimonios, superación personal, prosperidad”, como también mediante una presencia fuertísima en emisoras de radio y televisión, no faltando intervenciones en foros de índole política-social-económica.

Efectivamente, a estas alturas, el pentecostalismo en Puerto Rico se percibe, en círculos cada vez más amplios, “como norma de referencia para medir cosas de la misma especie”, es decir, para medir a otras iglesias y a otros creyentes en general.

Planteo, personalmente, que el pentecostalismo no merece ser tenido por tal estándar, que no cualifica para ocupar semejante posición en la sociedad puertorriqueña. Si bien es cierto que el catolicismo romano sea la representación máxima de una religión atada a tradiciones arraigadas principalmente en creencias, prácticas y organizaciones no bíblicas del pasado, no es menos cierto que el pentecostalismo es la máxima expresión, afirmo, de sentimentalismo religioso, existencialismo espiritual, fogosidad indisciplinada y la búsqueda egoísta, incesante, aun fanática, obsesionada, de “bendiciones”, mayormente materiales, específicamente, de salud física y prosperidad económica –todo esto sin precedentes bíblicas, sin apoyo bíblico, pese a reclamos a voz en cuello de multitudes de pastores, pastoras, evangelistas y “apóstoles” pentecostales puertorriqueños que pretenden lo contrario.

Lo afirmo porque no hay nada parecido al pentecostalismo en todo el Nuevo Testamento –ninguna iglesia, ningún culto, ninguna organización eclesiástica parecida. El Nuevo Testamento lo he leído desde Mateo hasta Apocalipsis una y otra vez, una y otra vez, en busca de “iglesia pentecostal”, “cristianos pentecostales”, sin encontrar rastro alguno del fenómeno llamado “pentecostalismo”, ni siquiera en los eventos de Pentecostés relatados en Hechos 2. [El estudio ¡Cero "pentecostales" en la iglesia de Jerusalén! es el fruto de algunas investigaciones al respecto.] Una excepción la sería, solo en algunos aspectos, la iglesia en Corinto, la que llegó a implementar prácticas parecidas a algunas del pentecostalismo –hablar todos a la vez, hablar lenguas extrañas sin interpretarlas, hablar mujeres en la congregación, desorden en el culto (1 Corintios 14), ensalzar y seguir personajes religiosos, crear mucha división (1 Corintios 1:10-13). Pero, fíjese bien, querido lector, todas estas acciones de algunos creyentes en Corinto fueron condenadas rotundamente por el propio Espíritu Santo, mediante el apóstol Pablo, en la misma epístola donde referidas prácticas se señalan. Por extensión, también el Espíritu las condena en el pentecostalismo de actualidad. Igualmente, el Espíritu de Dios censura duramente el tipo de mercadería característico de pentecostales puertorriqueños (2 Pedro 2:1-3; 1 Timoteo 6:3-10), enseñando, además, la abolición de diezmos al explicar que el sacerdocio levítico había sido abolido (Hebreos 7:12), juntamente con todas las “ordenanzas de culto” del “primer pacto” (Hebreos 9:1-10), es decir, del Antiguo Testamento. [Diezmos abolidos; la ofrenda voluntaria instituida contiene unos cuantos estudios e intercambios relacionados. www.editoriallapaz.org/diezmos_compilacion.htm] Y con esto solo comenzamos el listado larguísimo de discrepancias y contradicciones entre, por un lado, “iglesias-mensajes-cultos pentecostales”, y por el otro, el verdadero y único estándar bíblico para “iglesia-mensaje-adoración-vida cristiana”, el cual es revelado ampliamente por el Espíritu Santo precisamente en el Nuevo Testamento, pacto sagrado que contiene “toda la verdad” dada por el Espíritu a los únicos apóstoles auténticos de Jesucristo, o sea, a los del Siglo I (Juan 16:13).

Lamentablemente, la inmensa mayoría de los puertorriqueños que pululan por las calles de la bella capital San Juan y habitan la isla en todos sus hermosos contornos, simplemente desconocen –tal es mi observación personal- siquiera los pocos puntos claves que acabo de anotar. El mundano, la mundana, porque es, naturalmente, hombre o mujer natural, no conociendo de Biblia (1 Corintios 2:14-16). El católico romano, porque su fuerte no es el conocimiento bíblico sino sumisión, sin cuestionamientos, a una poderosa organización eclesiástica que aún, pese a la dura competencia hecha por el gigante pentecostal, se impone de muchas maneras, incluso políticas y económicas. El pentecostal, porque su religión, nacida de las suposiciones equivocadas del fundador William J. Seymour, varón iletrado, e importada desde Los Ángeles durante la segunda década del Siglo XX, desprecia “doctrina”, la cual es sinónima de “conocimiento”, más bien prefiriendo “experiencias extáticas, griterías, alborotos, entretenimiento religioso, testimonios, señales”, etcétera, etcétera. [El pentecostalismo de actualidad. Su origen en Estados Unidos de América, con referencias a los anteriores movimientos pentecostales en Wales (Inglaterra) y la India. Raíces, y el fundador Charles Fox Parham. La obra de William J. Seymour en Azusa Street, Los Ángeles, California.]

Esta ignorancia endémica –disculpe esta expresión fuerte- de la “doctrina de Cristo” (Hebreos 6:1; 2 Juan 9-11), transmitida de generación a generación en Puerto Rico, contrasta asombrosamente con el alto nivel de preparación académica alcanzado por tantos y tantos ciudadanos. Se supone que estos buenos ciudadanos pudieran leer con entendimiento el Nuevo Testamento, captando enseguida las diferencias fundamentales entre la “buena doctrina” de Cristo y sus apóstoles (1 Timoteo 4:6), y por el polo opuesto, el “otro evangelio diferente” (Gálatas 1:8-10) del pentecostalismo. ¿Qué pasa? ¿Acaso no leen el Nuevo Testamento, especialmente Hechos de Apóstoles y las epístolas de Pablo, Pedro y Juan? ¿O sucede que confíen implícitamente en la veracidad del “mensaje” del “pastor fulano, la pastora mengana, el reverendo, la reverenda, el apóstol, la apóstol, el evangelista tal”? Quien descansara su fe y salvación en semejante confianza tamaño error cometería. Porque si en otros renglones importantes de la vida, el ser humano inteligente, astuto, sabio, todo lo examina antes de darlo por bueno, entonces, ¿con qué lógica o sentido común no hacer lo mismo en el renglón espiritual-religioso? Y con muchísimo más razón, ya que se trata del alma de uno, de su responsabilidad ante el Creador y Dador de la vida misma, del desenlace eterno de su existencia.

¿Cómo explicar que maestras, maestros, profesores, abogados, doctores, enfermeros, dueños de negocios, administradores de empresas, ingenieros, mecánicos, programadores de computadoras, empleados del gobierno, policías, trabajadores en hospitales, clínicas, bancos, fábricas –en fin, tanta gente inteligente y bien preparada como la de Puerto Rico- puedan ejercer, con tanta eficacia, sus profesiones u oficios, pero que no sepan distinguir entre un “estándar religioso falso” y el “estándar religioso establecido por Dios”? Le ruego, estimado lector, hacer una pequeña prueba. Por ejemplo, leyendo el Nuevo Testamento, encontramos que el Espíritu Santo ordena:

-“27 Si habla alguno en lengua extraña, sea esto por dos, o a lo más tres, y por turno; y uno interprete. 28 Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios. 32 Y los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas; 33 pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos, 34 vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice… 40 pero hágase todo decentemente y con orden.” (1 Corintios 14:27-28, 32-34, 40)

-¿Cuántos mandamientos de Dios encuentra usted en estos versículos?

-Se supone que anote en un dos por tres los siguientes:

1.  Que no más de tres hablen lenguas extrañas en una reunión de la iglesia.

2.  Que hablen “por turno”, y no simultáneamente.

3.  Que es imprescindible interpretar la lengua (idioma) no entendido por los presentes.

4.  Que si no hay intérprete, el que habla debería callarse “en la iglesia”.

5.  Que el que recibe el don de profecía también tiene potestad sobre el uso de su don.

6.  Que el Dios que ideó la iglesia “no es Dios de confusión”, y que por consiguiente, no es tolerable que haya confusión en la iglesia, incluso el culto de la iglesia.

7.  Que “en todas las iglesias de los santos” las damas cristianas deberían callarse “porque no les es permitido hablar”.

8.  Que es necesario hacerlo “todo decentemente y con orden”.

-Usted, amado puertorriqueño, que tantas materias domina en ámbitos seculares-materiales, seguramente no tendrá dificultad alguna en discernir las directrices divinas tan elementales asentadas en el texto citado. Ahora, le pregunto: ¿Cuántas de estas directrices respeta y obedece la iglesia pentecostal típica? Conforme a mis experiencias con el pentecostalismo, ¡ninguna! ¡Absolutamente, ninguna! He aquí una de muchísimas evidencias similares que sostienen mi tesis, a saber: El pentecostalismo no cualifica, en definitiva, de modo alguno, para ser tenido por el público como el “estándar” de iglesia-mensaje-adoración.

-Pero, ¿quién se atreve a confrontar a un “pastor pentecostal, reverendo, obispo, apóstol” con esta prueba sencillísima? “Dios habla mediante mi pastor, y si mi pastor dice que eso no es así, entonces se lo creo. Él sí sabe interpretar correctamente la Biblia. Habla lenguas. Profetiza. Sana. Hace milagros. Es un verdadero siervo de Dios.” Aquí mismo descubrimos una de las causas principales tras la ignorancia bíblica doctrinal endémica –perdone la expresión fuerte- en nuestra querida isla. “Fe ciega en un pastor”, en nada diferente a “fe ciega en un sacerdote”. Y de la manera que el sacerdote se atribuye potestad sobre el saber religioso, censurando a cualquiera que se lo cuestione, hasta excomulgando, asimismo el típico pastor pentecostal reclama inspiración divina, tirando rayos de “blasfemia contra el Espíritu Santo, pecado de muerte, rebeldía contra Dios, castigos de Dios” sobre el infeliz que ponga en entredicho sus supuestas “revelaciones” y autoridad. Más sin embargo, ese “pastor, cualquier pastor pentecostal, pastora, reverendo”, etcétera, es producto del pentecostalismo mismo, heredero y propagandista del mensaje pentecostal originado en Los Ángeles en 1906. Ahora bien, si aquel mensaje fue defectuoso, plagado de errores doctrinales, lleno de suposiciones y supersticiones, el que lo proclama hoy día solo estaría repitiendo las falacias del pasado, pese a que predique con autoridad, lleno de fogosidad incontenible, plenamente seguro de sí mismo. Y eso mismo es lo que está sucediendo en Puerto Rico. No solo lo afirmo sino que también estoy dispuesto a confirmarlo con abundantes evidencias, cosa que ya he hecho, efectivamente, encontrándose un caudal de evidencias en www.editoriallapaz.org/salon_pentecostal.htm.

-Estimado lector, ¿tendría usted alguna dificultad en entender la siguiente exhortación del apóstol Juan? “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo” (1 Juan 4.1). Seguramente, que no. “…los espíritus…” en este versículo no son espíritus incorpóreos; no son demonios sino “los espíritus” de profetas, predicadores, pastores, maestros, evangelistas. Y de todos estos hay hasta de sobra en Puerto Rico, pues la gente de aquí, teniendo tanto “comezón de oír”, va “amontonando maestros conforme a sus propias concupiscencias” (2 Timoteo 4:3-4). Muchos autonombrados “profetas” han salido por todos los pueblos y barrios de Puerto Rico. Y no pocos de los de aquí también han salido, literalmente, “por el mundo”. Trayendo a nuestro país mala fama, al menos entre los que valuamos el conocimiento bíblico por encima del irracional subjetivismo del pentecostalismo. El incumplimiento de sus profecías testifica a su falsedad. Por ejemplo, la profecía que fijó 1989 como fecha para la Segunda Venida de Cristo.

-“…probad los espíritus…”, es decir, a pastores, evangelistas, profetas, etcétera, etcétera, es un mandamiento prácticamente obviado por gran parte de nuestra ciudadana. Aquel pastor pentecostal, ¡él no es Dios! Puede equivocarse, igual que yo. Dice hablar de parte de Dios, por inspiración divina. ¿Por qué habría yo de creerle? Mi deber es probarle. Y si encuentro que desobedece a Dios en lo más básico, por ejemplo, los ocho mandamientos apuntados anteriormente, no lo tendré por mensajero de Dios. Si el tal pastor alega echar demonios, sanar a enfermos, levantar a muertos, recibir sueños impartidos por Dios, no se lo creeré, sabiendo que falsos apóstoles y obreros fraudulentos obran “prodigios mentirosos” (2 Tesalonicenses 2:9; Apocalipsis 13:11-13), por medio de los cuales engañan a los ingenuos y a los que no reciben “el amor de la verdad para ser salvos” (2 Tesalonicenses 2:9-12).

-He aquí el meollo del asunto: ¿Cuántos de los puertorriqueños realmente poseen “amor de la verdad”? Amar a pastores y pastoras de carisma impactante. Amar, ensalzar, endiosar a personajes religiosos de corte pentecostal. Amar ser entretenidos aun en las iglesias. Amar el “evangelio de prosperidad”, amar mensajes motivacionales, amar el “evangelio de la superación personal”, amar el “evangelio social”. Amar el bullicio, el éxtasis, aplausos a Dios, bailar en el Espíritu, hablar lenguas jerigonzas, testimonios. Estos “amores”, esencialmente egoístas-materialistas y contrarios a enseñanzas claras del Nuevo Testamento, ¡cuán distintos son al verdadero “amor de la verdad”! La verdad de Dios, “toda la verdad” revelada en el Nuevo Testamento, sinónima del “conocimiento de Dios”, de “toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9-10). ¿Cuántos de nosotros amamos la verdad, el conocimiento de Dios, la sabiduría celestial, la inteligencia espiritual, más que sentimientos religiosos, experiencias emotivas, escalofríos misteriosos, sensaciones psíquicas, salud corporal o prosperidad material?

-Ni pasemos por alto que la consecuencia amarga, por cierto, fatal para el alma, de no recibir “el amor de la verdad para ser salvos” es la de recibir “un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad…” (2 Tesalonicenses 2:11-12). ¿Será esto mismo lo que está ocurriendo en el Puerto Rico de hoy, en escala mayor? ¿Qué un “poder engañoso” esté operando libre y fuertemente en muchísimos habitantes que moran en uno de los lugares más bellos del planeta Tierra?

Con todo, no faltan habitantes que realmente tienen “amor de la verdad” de Dios. Estos comprenden que el verdadero estándar para la iglesia-mensaje-adoración se halla solo en el Nuevo Testamento, dedicándose asiduamente al escrutinio de sus gloriosas enseñanzas divinas. Estas circulan en su mente y espíritu, refrescando y calmando, como las suaves brisas que acarician playas, aldeas y montañas de esta preciosa isla caribeña. Alumbran hasta lo más profundo del alma, como el sol brillante tropical meridiano baña con su fulgor dorado a valles y bosques, despejando sombras. Alejan a espíritus de error y a “los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina”, los cuales “no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Romanos 16:17-18). Estos que si tienen “amor de la verdad” se reúnen en congregaciones que adoran a Dios “en Espíritu y en verdad” (Juan 4:24), haciéndolo todo “decentemente y con orden” (1 Corintios 14:40). Se regocijan en hacer buenas obras y predicar el “evangelio de salvación”, efectuando todo su trabajo mediante ofrendas voluntarias dadas generosamente el “primer día de cada semana” (2 Corintios 8 y 9; 1 Corintios 16:1-3). No pagan diezmos ni hacen mercadería religiosa alguna, pues no viven bajo el Antiguo Testamento, el cual fue clavado en la cruz (Colosenses 2:13-17; 2 Corintios 3:5-17), doctrina fundamental que pastores pentecostales no han entendido hasta el sol de hoy. Su énfasis no es sobre la vida terrenal –salud física, prosperidad material- sino sobre la vida espiritual y el “mundo venidero” celestial, con su “ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial”, lugar perfecto para “los espíritus de los justos hechos perfectos” (Hebreos 12:22-23). Se dan a conocer como “cristianos” (Hechos 11:26), no tomando otros nombres, identificándose sus congregaciones como “iglesias de Cristo” (Romanos 16:16). Sin pretender haber alcanzado perfección, se esfuerzan a ser la continuación legítima de la iglesia concebida por Dios, comprada a precio de sangre por Jesucristo (Hechos 20:28) y hecha realidad en la tierra por el Espíritu Santo, el cual obró en los apóstoles del Siglo I, guiándolos a “toda la verdad” (Juan 16:13), y a través de ellos, a los cristianos leales al Señor de todo lugar y todo tiempo.

Escribimos, humildemente, estas palabras no con el ánimo de juzgar el destino eterno de alma alguna, pues tal juicio no nos corresponde, ni a ser humano alguno, sino con la ilusión de llamar atención a percepciones religiosas, creencias y suposiciones que están sembrando el caos donde debe haber orden, las que también resultan en sustituir un estándar religioso humano por el estándar establecido por Dios en su Palabra ya plenamente revelada.

Querido lector en Puerto Rico, si usted aprueba lo traído en este artículo, le invitamos a expresarse al respecto. Darse a conocer. Usar su entendimiento y sus talentos para promover el “amor de la verdad”.

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-Directorio de iglesias de Cristo en Puerto Rico

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