La sana doctrina de Cristo sobre la iglesia y el plan divino de salvación.

Ateos en el huerto del Edén

Ateos, escépticos, evolucionistas, humanistas y seculares. Muchos estudios en esta Web.

 

¿Por qué no creemos?

Parte 1

Enfocando el caso de Judas Iscariote

Una representación artística de Judas Iscariote hijo de Simón, ilustraci'on para el tema ¿Por qué no creemos?, Parte 1, en editoriallapaz.org.

Una representación artística de Judas Iscariote hijo de Simón

 

“No creo en Dios. No creo en la Biblia.”

“Bueno, yo creo, pero…”

“¡Aquel no cree ni en la luz eléctrica!”

“Yo creo que existe un Ser Inteligentísimo creador del universo, pero no creo en Jesús de Nazaret, ni creo en milagros.”

“Yo no creo que ningún hombre haya llegado jamás a caminar en la luna.”

“Yo creo que Dios existe, pero no creo en religión o iglesia alguna.”

“Yo creo en Dios y la Biblia, pero no sigo sus enseñanzas.”

“Yo creo en Dios, pero no creo en juicios o castigos eternos. No creo en el infierno.”

“Yo creo en Dios y la Biblia, pero tengo tantas y tantas dudas, que no voy a ninguna iglesia.”

“¿Creer? ¿Quién cree, de verdad, sin reservas? En el Siglo I, ¡la incredulidad hacía mella aun en los apóstoles y otros muchos discípulos de Jesús de Nazaret! En el presente, sigue manifestándose fuertemente no solo en ateos y escépticos declarados sino también en muchos cristianos profesos, hasta en predicadores, pastores y teólogos.”

Pues, esta es la pura verdad. Observándonos y analizándose desapasionadamente, diríase que se libra en nosotros los humanos una pugna, ya de trasfondo, algo calladita, ya de primera plana, recia y a viva voz, entre Creer, No creer, Dudar, Creer a medias o Creer a nuestra manera. Se nota en la mayoría de nosotros una tendencia pronunciada hacia la ambivalencia, la claudicación, el doble ánimo, la indecisión y la falta de convicción en torno a muchos aspectos de nuestra existencia, particularmente los fundamentales que determinan derroteros y destinos –nuestro origen, naturaleza, propósito, destino. La obstinada negación ante hechos y verdades o realidades innegables es endémica en nuestra raza. Como si padeciéramos de males mentales que nos impidieran vencer la persistente Incredulidad insidiosa. Condición que aflige, seguramente, tanto a religiosos como a seculares (gente sin religión), escépticos y ateos. ¿Por qué tenemos tanta dificultad en creer sin reservas?

Por ejemplo, es verdad que la incredulidad hacía mella aún en los más allegados a Jesús de Nazaret. Comenzando con Judas Iscariote, uno de los doce apóstoles originales1. Este acompañó a Jesús durante todo su ministerio terrenal de tres años y medio; desde el bautismo de Jesús por Juan el Bautista en el río Jordán hasta el día cuando él mismo consintió en traicionarlo por treinta piezas de plata. Una y otra vez, una y otra vez, vio con sus propios ojos los asombrosos milagros de Jesús y escuchó sus mensajes extraordinarios. ¿Cómo explicar que besara tan fríamente a Jesús en el huerto de Getsemaní, descubriéndole a “una compañía de soldados, y aguaciles de los principales y de los fariseos”?2 No tiene sentido. No tiene lógica. ¿Entregar a “una turba”3de “mucha gente con espadas y palos” al poderoso hombre, “Hijo de Hombre” se llamaba4, que alimentaba a muchos miles con unos pocos panes y pececillos, que caminaba sobre las aguas, que calmaba tempestades feroces, que resucitaba a muertos? ¿Cómo no creer Judas Iscariote, sin reservas, y actuar a la altura de una fe sincera, robusta, insobornable?

Se erguía frente a Judas una montaña de evidencias que sostenían los reclamos de Jesús de ser el Mesías profetizado desde tiempos antiguos. De haber provenido él de Dios. De ser profeta y maestro enviado por Dios el Padre. Aún más: ¡de ser, verdaderamente, el Hijo de Dios!5 Una montaña que se supone aplastara para siempre al demonio de la incredulidad. Pero, Judas Iscariote actúa descaradamente como cualquier necio descreído. ¿Por qué no creía?

Dicen por ahí algunos cristianos que Judas estaba predestinado a ser el traidor de Jesús, que no podía actuar de otra forma aunque quisiera, que Jehová Dios le formó desde el vientre de su madre a ser el traidor de Jesús. Lo cual, de ser cierto, convertiría a Dios en creador de seres malos destinados, ineluctablemente, a la perdición eterna. ¡Créalo quien pueda! Yo no. Por varias razones de gran peso, a mi entender. Comenzando con el hecho de que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4), no exceptuándose, pues, a Judas Iscariote. A la verdad, si bien los humanos tenemos, la mayoría, una lucha sin cuartel contra la incredulidad, no es menos cierto que muchos de nosotros somos capaces de creer las más grandes ridiculeces y esparcirlas por el mundo como dogma impugnable, como teología incuestionablemente correcta y perfecta. Y la credulidad de multitudes de discípulos que siguen ciegamente a teólogos, filósofos, libre pensadores, maestros o predicadores de toda calaña es tan grande como la incredulidad de los ateos más cerrados en su ateísmo.

Entonces, ¿cómo explicar las actitudes y acciones de Judas Iscariote, compañero y apóstol de aquel hombre de Galilea que entregó criminalmente a los enemigos de Dios?

Postulo que la respuesta lo sirve de pista para ella el adverbio “criminalmente”. Judas Iscariote era criminal antes de ser escogido por Jesús, y siguió siendo criminal durante todo el ministerio de este. Teniendo mente de criminal, no por predestinación divina sino por elección propia, veía tremendos milagros y escuchaba mensajes maravillosos sin poder apreciarlos. “Hombre natural” que no percibía “las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”6. Es más: ¡hombre de mente y carácter criminal que no podía creer7 por tener corazón tan duro y entenebrecido que ni la luz de Jesucristo, en cuya presencia pasó mucho tiempo, podía penetrar su profundidad!

¿Desacierto o exagero? Me parece que no.

Judas Iscariote robaba durante el tiempo que integraba los doce apóstoles. Siendo el tesorero del grupo, sustraía dinero de la bolsa encargada a su cuidado.

Betania. En la casa del resucitado Lázaro, María y Marta. Seis días antes de la pascua. “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Y dijo uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le había de entregar: ¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres? Pero dijo esto, no porque se cuidara de los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, sustraía de lo que se echaba en ella (Juan 12:3-6). “…sustraía…” Es decir, lo hacía a menudo, o por lo menos, de vez en cuando. Sacaba dinero de la bolsa para su propio uso personal, sin que los demás apóstoles se dieran cuenta. ¡Robaba! “…era ladrón…” Durante el ministerio terrenal de Jesús, ¡Judas Iscariote “era ladrón”! “…era…” Tenía, de continuo, mente y conducta de “ladrón”. No dejaba de ser ladrón. Pese a presenciar en persona los estupendos milagros que hacía Jesús de Nazaret.

¿Sabía Jesucristo que Judas Iscariote era ladrón cuando lo escogió para el apostolado? ¡Claro que sí!

Instruyendo Jesús en la sinagoga de Capernaum8 a los que lo seguían sobre “Yo soy el pan de vida”9, llega el momento cuando les dice: “Pero hay algunos de vosotros que no creen”. Luego, el apóstol Juan explica en su evangelio: “Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar (Juan 6:64). Así que, “desde el principio” de su ministerio Jesucristo ya sabía quiénes creerían, y quiénes no, aun “quién le había de entregar”, a saber, Judas Iscariote. El Padre Dios le concedió este poder, grandioso en grado sumo, de prever a todas las personas que se arrimarían a él durante su ministerio terrenal, y no solo preverlas sino también discernir a las que creerían en él, al igual que a las que no le creerían. Jesús sabía de antemano “lo que había en el hombre”10. En todos y cada uno de los que él llamaría a trabajar hombro a hombro con él; en todos y cada uno de las multitudes que irían en pos de él, fuera cual fuera la motivación de cada cual. Pero, qué conste: su previo conocimiento, o “presciencia”11, no es, en definitiva, sinónimo de predestinación particular ya a salvación eterna ya a condenación eterna. Cada uno de nosotros los humanos determina, en algún momento crítico, su derrotero, y, por ende, su destino. Dios no predestina particularmente a ninguno de nosotros a salvación o condenación, pero es capaz, conforme a sus poderes divinos, de prever la trayectoria y el destino de cada uno. Esta capacidad Cristo Jesús disponía de ella durante su ministerio terrenal.

Disertando Jesús sobre comer de su cuerpo y beber su sangre para tener vida, “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Jesús les respondió: ¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo? Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; porque éste era el que le iba a entregar, y era uno de los doce(Juan 6:66-71).

Jesús sabia “desde el principio” que Judas Iscariote era “diablo”. Desde verlo por primera vez, sabía que Judas era, en su corazón, mente y espíritu, un “diablo”, un hijo de Satanás, un pecador incorregible, intransigente, tan corrupto en su ser interior, tan mundano e inmoral, que siempre actuaría de acuerdo con su malvado criterio, no siendo impactado nunca para arrepentimiento y salvación por milagros o sublimes verdades divinas. Vaso de ira, preparado a consecuencia de sus propias decisiones, “para destrucción”12. Alguien debía traicionar al Mesías. Jesús veía en Judas el instrumento capaz de hacerlo, y lo llamó para el cumplimiento de la nefasta misión. Este “llegó a ser el traidor”13 por estar predispuesto a la maldad, decidido a una vida de avaricia y robo. Quizás su presencia y porte engañaran a muchos, aun a los demás apóstoles, pero no al que “sabía lo que había en el hombre”, sabiendo Jesús de antemano “quién le había de entregar”.

¿Escandaloso el que Jesús escogiera a un ladrón como apóstol? ¿Por qué habría de escandalizarnos semejante proceder? A través de la historia humana, la Deidad ha usado a seres humanos de la misma categoría para varios propósitos. Entre ellos, al Faraón de Egipto14. Personas que, por no recibir “el amor a la verdad”, reciben de Dios “un poder engañoso, para que crean la mentira”15.

Crece nuestra percepción de Judas Iscariote como hombre de mentalidad criminal al contemplar sus acciones y pesar sus palabras en los relatos de su traición.

Molesto por la reprensión de Jesús en la casa de Lázaro, María y Marta, donde María había ungido los pies de Jesús “con un vaso de alabastro de perfume de gran precio”16, Judas Iscariote “fue a los principales sacerdotes, y les dijo: ¿Qué queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle” (Mateo 26:14-16). Mente pequeña. Espíritu torcido. Corazón atrofiado. Vengativo. Avaro. Desleal. Malagradecido. En fin, ¡ladrón!

Veamos las reacciones de Judas Iscariote durante la cena de “la fiesta de los panes sin levadura” cuando Jesús le identifica como el traidor. Dice Cristo a los doce: “De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar”. ¿Quién? “El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar.” Añade: “…¡ay de aquel hombre por quien el Hijo de Hombre es entregado! Bueno le fuere a ese hombre no haber nacido”. Osadamente, Judas pregunta, quizás tanteando a ver cuánto supiera Jesús: “¿Soy yo, Maestro?” Jesús no titubea en identificarlo: “Le dijo: Tú lo has dicho”18. Dice Jesús a los apóstoles: “A quien yo diere el pan mojado, aquel es” que me va a entregar. “Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto. … Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche”.

Reacciones frías las de Judas en medio de este escenario. Verifica que Jesús sí sabe que él será el traidor. Pero, tranquilo el hombre, al parecer. Indiferente al “Maestro”, pues así llama a Jesús. Como pensando: “No me importa quién dices que eres; te voy a entregar comoquiera. Ya está acordado”. Toma el bocado de pan mojado, señal de ser él el traidor, y se lo come. “Y después del bocado, Satanás entró en él.” No que no perteneciera ya a Satanás, pues ya “era ladrón”. Más bien, se cuaja de forma irrevocable su determinación de entregar a Cristo. Al decirle Jesús: “Lo que vas a hacer, hazlo más pronto”, entiende perfectamente que Jesús sabe justamente lo que tenía planificado, pero ninguno de los demás apóstoles “entendió por qué le dijo esto”. Enseguida, sale del aposento alto, encaminándose resueltamente a la misión satánica que llenaba su mente carnal de criminal vengativo y avaro.19 Nada de temor o arrepentimiento. Nada de humildad. Con espíritu soberbio y pervertido de hombre impulsado por sus intenciones malas, aun criminales.

El propio Judas decide la “señal” que él utilizaría para identificar a Jesús para la “turba” de soldados, aguaciles, principales sacerdotes, ancianos y otros que le acompañaría al huerto de Getsemaní. ¡Besaría a Jesús!17 ¡Atrevido hipócrita! ¡Sin vergüenza alguna! Sin respeto. Rencoroso. Frío. ¡Corazón de criminal! ¡Ladrón!, al fin.

Judas “iba al frente” de la turba (Lucas 22:47). No detrás de los soldados y aguaciles, tímidamente indicándoles la ruta, sino “al frente”, con empuje y coraje. Criminalmente decidido a la traición.

Su ira y venganza afloran en su exhortación malvada a la “turba” que iría con él a Getsemaní. “Al que yo besare, ése es; prendedle, y llevadle con seguridad (Marcos 14:44). ¿Por qué no le satisfacía besarle, nada más? ¿Por qué instar a la “turba”: “…prendedle”? Y para colmo añade: “…llevadle con seguridad”. Expresiones que revelan los malos pensamientos de su corazón hinchado de ira. “¡Quiero verlo preso! ¡Quiero vengarme de él! Me hizo sentirme chiquito en la casa de Lázaro, en presencia de todos los congregados allí.”

¿Por qué no creen algunos? Porque, tal como Judas Iscariote, ¡no pueden! No pueden, ¡porque no quieren! No aman la luz. No aman el bien. No aman la verdad. No conocen ni aman a Dios. Decisiones y derroteros que tomaron adrede, sin ninguna coerción de parte de Dios el Creador. Quizás tomados aun desde la juventud. Que en algún momento propicio pudieran haberlos revocados, sustituyendo otros en armonía con los designios de Dios para todo hombre y mujer, pero no quisieron, amando más las tinieblas que la luz, más a la mentira que a la verdad, más a la Maldad y sus placeres que al Bien y sus premios valiosísimos, los que perduran eternamente.

“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón de incredulidad para apartarse del Dios vivo… para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado(Hebreos 3:12-13).

 

1 Juan 6:71

2 Juan 18:1-3; Mateo 26:47-50

3 Lucas 22:47

4 Juan 6:53; Juan 13:31

5 Juan 5:19-25

6 1 Corintios 2:14

7 Juan 12:37-43

8 Juan 6:59

9 Juan 6:25-58

10 Juan 2:23-25

11 1 Pedro 1:2

12 Romanos 9:22

13 Lucas 6:16

14 Romanos 9:17; Éxodo 5:1 a 14:31

15 2 Tesalonicenses 2:10-12; Romanos 1:18-32

16 Mateo 26:6-13

17 Marcos 14:43-45

18 Mateo 26:21-25

19 Juan 13:21-30

 

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